Friday, January 05, 2007

 

36 - Alejandro Magno, el pirata y la justicia

San Agustín en "La ciudad de Dios", tomo IV, 4, cuenta una historia el encuentro de Alejandro Magno con un pirata.





Quitada la justicia, ¿qué otra cosa son los reinos, sino inmensos latrocinios? Los latrocinios, ¿qué son sino unos reinos pequeños? Porque también éstos son una gavilla de hombres que se rigen por el mando de su príncipe, unidos por pactos de asociación, en el que la presa se divide en la proporción convenida. Este mal, si crece con la agregación de tanta gente perdida, y llega al grado de tener lugares y constituir sedes y ocupar ciudades y someter pueblos y toma el nombre de reino que manifiestamente le otorga no la codicia dejada sino la impunidad añadida.

Con tanto donaire como verdad respondió un pirata apresado a Alejandro Magno. Preguntado este hombre por el mismo rey, si le parecía bien tener el mar infestado con sus piraterías, el pirata le consultó con insolente contumacia:

-Lo mismo que te parece a tí tener infestado el orbe: sólo que yo porque pirateo con un pequeño bajel, me llaman ladrón y a tí, que con una armada imponente pirateas, te aclaman Emperador.




(Joseph Ratzinger en su libro “Una mirada a Europa”, pp. 163-164):

¿Qué diferencia al Estado de las organizaciones criminales bien dirigidas?

El falso eurocentrismo se ha puesto de manifiesto con todo lo dicho. ¿Pero cómo puede ser vencido? ¿Y qué puede, qué debe Europa ser y dar verdaderamente? El camino hacia esta reflexión se abre cuando analizamos más profundamente la expresión “Estado como organización criminal”, y nos preocupamos por comprender la exacta diferencia entre una organización criminal bien organizada y un verdadero Estado.

La afirmación de que los Estados sin justicia no son más que bandas criminales desarrolladas en exceso la hizo Séneca por primera vez, quien, de preceptor de Nerón, se convirtió en mártir de su tiranía (E. VON IVÁNKA, Rhomäerreich und Gottesvolk, Friburgo, 1968, p. 17).

Nos lleva de nuevo a Tácito y renueva en la boca de aquel mártir estoico, que respondió a la pregunta del emperador Commodus –por qué negaba el reconocimiento de su divinidad imperial cuando la había aceptado en el caso de su padre Marco Aurelio-: -“Esto le venía bien a tu padre, que era sabio e íntegro, pero no a ti, que eres un tirano y el principal de los criminales” (Ibid.).








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