Sunday, November 30, 2008

 

296 - Pusieron orden entre todos

Jaime Toldrá cuenta una experiencia que tuvo San Josemaría Escrivá de Balaguer con la actuación de un profesor, cuando estudiaba en el Instituto de Logroño:


Otro profesor, llegado a Logroño en 1914, procedente de Mahón, Rafael Escriche Mantilla, era el catedrático de Física y Química. Fue profesor de Josemaría en 5º (Física) y en 6º (Química), cursos en los que le dio la calificación de notable. Falleció en 1930.

Con toda probabilidad fue él quien dio lugar a una pequeña anécdota, que no tendría mayor importancia si no fuera por las consecuencias que supo sacarle posteriormente el Fundador del Opus Dei, al aplicarlas a su vida de acción y de gobierno.

Cuando el nuevo catedrático llegó al laboratorio, lo encontró en un estado tal de abandono, suciedad y desorden que comprendió que necesitaría emplear muchas horas de limpieza para dejarlo en condiciones de uso.

Como no las tenía, optó por dar esta sensata indicación: de momento, nadie debería preocuparse del desorden ni de la suciedad; pero cada vez que se usara algún instrumento, se devolvería limpio a su lugar y, de paso, se ordenaría y limpiaría la balda del estante correspondiente.

Al poco tiempo, loa alumnos comprobaron que, sin apenas darse cuenta y sin esfuerzo excesivo, el laboratorio había quedado en perfectas condiciones.




Friday, November 28, 2008

 

295 - Pasar de largo

Jesús Urteaga escribe en una revista:


Ulises, protagonista del poema de Homero, Odisea, regresa desde Troya a Ítaca, su isla nativa, donde le espera su esposa Penélope.

Circe, la hija del Sol, que mora en la isla Ea, le advierte de los peligros que le acechan; la tentación más fuerte que sufrirá provendrá de las Sirenas. Estos grandes pájaros de enormes plumas y cabeza de mujer, encantan a los navegantes que imprudentemente se acercan a los peñascos que emergen de las costas marinas.

-Si os paráis a escuchar su voz, no podréis regresar jamás a vuestros hogares, quedaréis hechizados por su canto. ¡Pasad de largo” Cubrid de cera vuestros oídos y tapad los de vuestros compañeros.

Ulises refiere a los suyos la terrible advertencia y dice a todos:

-Yo sólo escucharé su voz. Sujetadme con cuerdas al mástil y, por mucho que os ruegue y suplique, no me soltéis.

La nave se pone en marcha. Calentada la cera, se taponan los oídos de cuantos remaban sentados en los bancos. Ulises se ha hecho atar fuertemente de pies y manos al palo mayor del navío, mientras éste surca el espumoso mar.

Pronto se comienza a oír el famoso canto de las Sirenas. Y una voz se dirige a Ulises:

-Acércate y detén tu bajel.

Y con promesas que recuerdan a las serpientes bíblicas, insinúan:

-Después de recrearse con nuestra voz, todos se van sabiendo más que antes.

Es entonces cuando nuestro héroe hace gestos para que le desaten; pero los que previamente han sido advertidos realizan la amarradura con nuevos lazos, sujetándolo más reciamente.

Es así como Ulises logró salir victorioso de aquel difícil percance.

Si nos acercáramos al islote de las sirenas, contemplaríamos un espectáculo dantesco: una fila de hombres podridos junto a unas naves desvencijadas, rotas. Son los que sucumbieron a la tentación. Encontraron la muerte por no pasar de largo.




Thursday, November 27, 2008

 

294 - El amor irreemplazable

Willi Hoffsümmer en “Kurzgechichten” I, S. 22, sobre el amor de los padres a los hijos:


Un matrimonio, que estaban los dos profesionalmente muy ocupados, se precipitaron en una tienda de juguetes poco tiempo antes del cumpleaños de su pequeña hija.

Le explicaron a la vendedora lo que querían comprar:

-Mire usted. Nos pasamos todo el día trabajando fuera de casa. Necesitamos un regalo con el que la pequeña disfrute, con el que esté mucho tiempo ocupada y que le quite el sentimiento de estar sola.

-Ya lo siento, ríe la vendedora amablemente, en esta tienda sólo vendemos juguetes, no tenemos padres para vender.






Wednesday, November 26, 2008

 

293 - El mártir de la confesión

Camilo Ortúzar en “El catecismo explicado con ejemplos”, p. 870:

Wenceslao, rey de Bohemia y emperador de Alemania, concibió, sin razón, horribles temores acerca de la fidelidad de su esposa, Juana de Baviera. Esta princesa tenía como director de su conciencia al futuro San Juan Nepomuceno, canónigo de Praga, hombre doctísimo y de gran santidad.

Cegado por su pasión, el emperador formó el proyecto de exigir al santo sacerdote que le revelara todo lo que la emperatriz le declaraba en confesión.

El sacerdote, sobrecogido de horror al oír la pretensión de Wenceslao, le manifestó respetuosamente que la religión le impedía acceder a tales deseos.

El rey le dijo:

-Contad con la seguridad de que yo guardaré en eterno secreto lo que me contéis y os colmaré de honores y de riquezas, si me complacéis; pero si os obstináis en desobedecerme, os exponéis a los más horribles suplicios y a la muerte misma.

El santo le respondió:

-Sabed que las leyes más sagradas imponen silencio a mis labios y que nada, ni la muerte más cruel, será capaz de inducirme a traicionar mi deber.

Encolerizado el emperador, ordenó que le aplicasen en todo el cuerpo antorchas encendidas que le dejaron medio muerto. Al cabo de unos días, creyendo el tirano que los tormentos le hubiesen doblegado, le llama nuevamente y le dice:

-Escoged entre morir o revelar las confesiones de la emperatriz.

-Ya he escogido, respondió el sacerdote.

-¿Qué cosa?

-La muerte.

Entonces Wenceslao exclamó muy enfadado:

-Que se aleje a este hombre de mi presencia y que atado de pies y manos se le arroje al río.

El santo mártir se ahogó pronto en las aguas del rio Moldau. Algunas personas piadosas recogieron su cuerpo y lo sepultaron en una tumba, célebre por los milagros efectuados en ella. Está sepultado en la Catedral de Praga.






Tuesday, November 25, 2008

 

292 - La espada de Damocles

Julio Eugui en “Anécdotas y virtudes”, I, 489, narra una anécdota clásica:


¿Quién no ha oído hablar de la célebre espada de Damocles? El pensamiento de la muerte pone siempre una nota de realismo en la vida.

Damocles fue un cortesano adulador de Dionisio I, tirano de Siracusa. Se pasaba el día alabando la riqueza, magnificencia y felicidad del tirano.

Un día Dionisio tuvo la idea de invitarle a un espléndido banquete, en el que los criados servían a Damocles como si fuera el mismo rey. Pero, encima de su cabeza, pendía una espada del techo, sujeta tan sólo por una crin de caballo.

Horrorizado, nervioso, no lograba llevar a la boca nada. No podía apartar de su mente un instante la visión de aquella espada que en cualquier momento amenazaba con caer sobre su cabeza. Pidió permiso para retirarse cuanto antes.

Bien se dio cuenta de la lección que acababa de darle: no era tan feliz el tirano, pues no se le ocultaba que en cualquier instante podía terminarse su reinado.







Wednesday, November 19, 2008

 

291 - Sólo me arrodillo ante Dios

Vincent Cronin en su “Biografía íntima de Napoleón Bonaparte”, p. 36, cuenta una reacción del futuro emperador:


Conocemos tres incidentes auténticos de los años de Brienne. El primero corresponde al periodo inicial, cuando Napoleón tenía nueve o diez años. Había infringido cierta norma, y el profesor a cargo impuso el castigo acostumbrado: tenía que usar orejas de burro y cenar arrodillado junto a la puerta del refectorio.

Todos miraban cuando Napoleón entró, vestido con un tosco lienzo pardo en lugar del uniforme azul. Se lo veía pálido, tenso, la mirada fija al frente.

-¡De rodillas, señor!

Ante la orden del seminarista, Napoleón cayó presa de súbitos vómitos y de un violento ataque de nervios. Golpeó el suelo con los pies y gritó:

-Tomaré mi cena de pie, no arrodillado. En mi familia nos arrodillamos sólo ante Dios.

El seminarista trató de obligarlo, pero Napoleón rodó por el suelo, sollozando y gritando:

-¿No es verdad, mamá? ¡Sólo ante Dios! ¡Sólo ante Dios!

Finalmente, intervino el director y suprimió el castigo.





Tuesday, November 18, 2008

 

290 - El monaguillo de Chelsea

Thomas Seuffert en su librito “Der Herr lädt uns ein (Geschichte zur Erstkommunion)”, S. 23-24, basándose en el biógrafo de Thomas Moro, Thomas Stapleton, escribe lo siguiente:


Cuando volvía Tomás Moro de la Corte había gran alegría en su casa de Chelsea y habría una agradable tarde juntos. Antes de irse a dormir, rezaban sus oraciones de la noche. Después se quedaba un rato largo hablando con su mujer Alice de sus cuatro hijos, de los otros habitantes de la casa y de las personas del servicio.

Muy de mañana al día siguiente se veía al Canciller otra vez de pie. Iba a la iglesia que estaba a cinco minutos andando. En la sacristía el párroco saluda a su feligrés. Tomás va al armario y saca un traje talar. El párroco le dice:

-¿Qué significa eso?

-Yo ayudaré a la Misa. No hay nadie para hacerlo.

-¡Usted no puede actuar como monaguillo siendo el Canciller del Reino!

-¿Por qué no?

Pero Tomás se viste el traje talar, coge un roquete y se lo pone encima.

Las gentes vieron lo que ya habían visto a menudo antes: Tomás Moro ayudando a Misa. Pero ahora como Canciller.

Por la tarde estaba como siempre en la iglesia para cantar las vísperas. (Las vísperas de cada día se siguen cantando en muchas iglesias inglesas). El Canciller estaba de nuevo allí, y vestido con su roquete de coro. Esta vez en la Schola como cantor. Después de las vísperas cogió el vestido talar y el roquete, se los puso sobre el hombro y le dijo al párroco: “Mi mujer puede limpiar y planchar estos vestidos”.

A través de la puerta del jardín entró en la finca. En un banco se sentaba un hombre, que esperaba al Canciller. Era Lord Thomas Norfolk, uno de los principales nobles del Reino y miembro del Consejo Real. El rey le había enviado a Chelsea para hablar con el Canciller de un asunto que había olvidado decirle en Westminster, en la sesión del Parlamento.

Cuando Norfolk le vio entrar de aquella manera, mostró su indignación, aunque eran amigos. Sin saludarle se dirigió a él con una imprecación:

-¿Qué haces tú con esas ropas encima? Pones en ridículo al rey. ¡El Lord Canciller, un monaguillo y cantor de coro! ¿Quieres hacer que rían todos de nosotros? ¿Es ésta una de las bromas que haces siempre?

El Canciller puso su mano en el hombro de Norfolk y le dijo amigablemente:

-Thomas, tranquilízate. Yo sirvo sólo al más alto de los Reyes. Esto al rey no le puede importar. ¡Al contrario! Él es también sólo un servidor del más alto Rey. No hay contradicción en esto. Ven, sonríe otra vez. ¿Qué hay de nuevo? ¿Tengo que ir a Westminster de vuelta?

Norkolf gruñó un “No”, y los dos entraron en la casa.







Friday, November 07, 2008

 

289 - Envidio a los que tienen fe

Ignacio Pérez-Arregui Fort escribía en “El Diario Vasco” de San Sebasíán, 9.VII.1984:


Sobre este tema de la fe, me contó mi padre varias veces –a mí me gustaba oírle y se la hacía repetir- una anécdota que no olvidó.

Entre Indalecio Prieto y mi padre, a pesar de sus distintas ideologías, se creó un vínculo de afecto y respeto sinceros.

Una vez, con ocasión de la inauguración de un monumento a un hombre público, coincidieron los dos. Acabada la ceremonia, con los discursos y elogios de rigor al homenajeado, Prieto y mi padre hicieron camino juntos.

Algo del acto público había impresionado a Prieto, porque de regreso estas o parecidas palabras dijo a mi padre:

-Pérez-Arregui, dentro de algún tiempo pocos sabrán ni quién era éste, ni qué hizo, ni por qué nosotros hemos descubierto hoy esta estatua; los perros ensuciarán su base y la gente pasará por delante sin siquiera mirarlo … así lo devora todo el tiempo y el olvido.

Y tras unos segundos de silencio, sabiendo cómo sentía y pensaba mi padre, y cogiéndole del brazo hacia si, le añadió bajando el tono:

-Por eso, Ignacio, cuánto envidio a los hombres que creen, a los hombres de fe.

No quedó insensible mi padre a aquella confidencia del amigo, y en el mismo tono -¡cómo sería oírle!- y cogiéndole a su vez del brazo, le contestó:

-Inténtelo, Indalecio, inténtelo ...







Thursday, November 06, 2008

 

288 - Esa es muy fea

Del libro-entrevista de José Luis Olaizola a Juan Antonio Vallejo-Nájera, cuando éste estaba luchando con la enfermedad de la que moriría, “La puerta de la esperanza”, p. 139:


(Cuenta Vallejo) Mira, recuerdo que en los años cincuenta, tenía yo una paciente joven, y de buen ver, que estaba hospitalizada. Pues cuando la tenía que visitar, exigían que estuviera una enfermera delante, o si tenía que hablar algo confidencial debía hacerlo con la puerta de la habitación abierta. Claro, en tales condiciones era más difícil que se te presentaran tentaciones.

De repente se acuerda de una anécdota que le contó Fernando Fernán-Gómez y se echa a reír, lo cual tiene mérito, porque el pobre está hecho la pascua. Con frecuencia se remueve en su sillón, buscando una postura que le alivie las molestias y, sin embargo, se ríe.

La anécdota es la siguiente: Cuando Fernán-Gómez se separó de su mujer, María Dolores Pradera, se fue a vivir al Hotel Rex, de Madrid, y allí se pasaba el día mustio, sin salir apenas.

Un día vino a verle una amiga, y cuando llevaba un rato charlando, le llamó el conserje, por el teléfono, y le dijo:

-Oiga, que lleva en su cuarto una señorita más de veinte minutos, y no está permitido, o sea que haga el favor de bajar.

Como eran años en que los hombres de uniforme, aunque fuera de conserje de hotel, tenían gran autoridad, obedecieron a la indicación.

Pero a los pocos días vino la mujer de la limpieza a cambiarle la ropa, y como Fernán-Gómez se aburría, se puso a charlar con ella. Cuando llevaban un buen rato, llamó por teléfono al conserje y le dijo:

-Oiga, que lleva en mi cuarto más de media hora una mujer y no me ha dicho usted nada.

Y el conserje le contestó:

-Claro, es que esa es muy fea.






Tuesday, November 04, 2008

 

287 - El sacerdote de Ars

Juan Pablo I en la Alocución que dirigió al clero de la diócesis de Roma, el 7.IX.1978:


Comprobar que su sacerdote está habitualmente unido a Dios, es hoy el deseo de muchos fieles.

Estos razonan como el abogado de Lyon cuando volvía de visitar al cura de Ars:

-¿Qué ha visto usted en Ars?

Respuesta:

-He visto a Dios en un hombre.







Sunday, November 02, 2008

 

286 - Es ecologista

Enrique Monasterio en “Pensar por libre”, p. 98:


Con Rafa me ocurrió algo semejante. Me esperaba en mi despacho, y se entretenía mirando los libros de la estantería.

-La virtud de la pureza –leyó en el momento en que yo entraba.

-¿A qué se refiere este libro? A la contaminación y esas cosas, ¿no? ¡Cómo se nota que es usted ecologista!

Se lo presté. Ya veremos lo que cuenta cuando me lo devuelva.






This page is powered by Blogger. Isn't yours?