Tuesday, December 12, 2006
21 - Eso es que piensa usted pagarme
En el libro “La puerta de la esperanza”, escrito en colaboración entre Juan Antonio Vallejo-Nágera y José Luis Olaizola, pp. 147-8, cuando el primero de ellos sabe que tiene cáncer, se narra lo siguiente:
La clientela era modesta, de clase media, tirando a baja.
-¿Y por qué –le pregunto un poco extrañado- si estabas tan bien relacionado tenías una clientela modesta?
Contesta sin una vacilación:
-Porque en España la aristocracia pagaba mal. Casi te vendía el favor y exigía un servilismo que yo no estaba dispuesto a prestar. Pretendían que se les recibiera en el acto, y no concebían que tuvieran que esperar su turno; o te decían: quiero que veas a un hermano mío que tiene tal problema, pero en lugar de ir a tu consulta, vienes a comer a casa y así durante la comida le puedes observar. “No mira, les contestaba yo, yo, durante la comida, como”. Además luego te pagaban muy mal. Al cabo de un año te decían que le pasaras la cuenta al administrador, el administrador tardaba otro año en pagarte, y encima, te regateaba. Tampoco les importa llamarte a las once de la noche para cualquier trivialidad. Una lata.
En cambio, el paciente modesto te daba las gracias y era muy mirado en lo del pago. Una frase muy frecuente en ellos, antes de empezar las sesiones era: “Doctor, no se ofenda, pero quiero saber lo que me va a cobrar”. Yo les solía contestar: “No sólo no me ofende, sino que me da una alegría, porque eso significa que piensa usted pagarme”. Los que son peligrosísimos son los que no preguntan, aunque vengan muy bien vestidos”.
La clientela era modesta, de clase media, tirando a baja.
-¿Y por qué –le pregunto un poco extrañado- si estabas tan bien relacionado tenías una clientela modesta?
Contesta sin una vacilación:
-Porque en España la aristocracia pagaba mal. Casi te vendía el favor y exigía un servilismo que yo no estaba dispuesto a prestar. Pretendían que se les recibiera en el acto, y no concebían que tuvieran que esperar su turno; o te decían: quiero que veas a un hermano mío que tiene tal problema, pero en lugar de ir a tu consulta, vienes a comer a casa y así durante la comida le puedes observar. “No mira, les contestaba yo, yo, durante la comida, como”. Además luego te pagaban muy mal. Al cabo de un año te decían que le pasaras la cuenta al administrador, el administrador tardaba otro año en pagarte, y encima, te regateaba. Tampoco les importa llamarte a las once de la noche para cualquier trivialidad. Una lata.
En cambio, el paciente modesto te daba las gracias y era muy mirado en lo del pago. Una frase muy frecuente en ellos, antes de empezar las sesiones era: “Doctor, no se ofenda, pero quiero saber lo que me va a cobrar”. Yo les solía contestar: “No sólo no me ofende, sino que me da una alegría, porque eso significa que piensa usted pagarme”. Los que son peligrosísimos son los que no preguntan, aunque vengan muy bien vestidos”.