Friday, March 16, 2007
58 - Se dulcificara en el trato con su esposo
En el libro de José Luis Olaizola “Los amores de San Juan de la Cruz”, pp. 236-237 se recoge una anécdota de cuando el santo era prior del convento de Granada, narrada por su hermano Francisco de Yepes:
Otro caso gracioso que pasó por aquellos días fue que la comunidad admitió un postulante contra el parecer de fray Juan.
Era un hombre ya maduro en años que, pese a tener buen acomodo, porfiaba que con tal de que le permitiesen profesar en el Carmelo haría los más viles trabajos, como el último de los legos.
El maestro de novicios fue su valedor y se deshacía en elogios de su vida de piedad y fray Juan por no hacerle de menos dijo, sea, pero que cuiden de no apresurarse en tomarle las medidas de la cogulla.
A los pocos días se presentaron en el convento la mujer y los hijos del postulante, reclamándolo, y a unos les dio por reír y otros montaron en cólera, por la burla, y el maestro de novicios, que era el más corrido de todos, lo quería entregar al alguacil por haber abandonado a los suyos.
Pero medió fray Juan con su autoridad de prior y le razonó a aquel desventurado haciéndole ver que, en lugar de querer entregarse a viles trabajos entre los muros del convento, debía esmerarse en el noble quehacer de ser buen esposo y mejor padre, que es donde le estaba esperando Dios.
A este propósito, aun no siendo aficionado a chanzas, les hizo ver a sus frailes que lo que hacían no era tan sacrificado, puesto que los había que preferían aquello mejor que soportar mujer e hijos.
Esto lo decía porque la que vino a reclamar a su esposo parecía de muy recia condición, y para ella también tuvo unas palabras a fin de que se dulcificara en el trato con su esposo, no fuera a ser que se le volviera a escapar.
Este suceso, como ya digo, fue de broma por lo bien que acabó, pues aquel hombre se convirtió en penitente de fray Juan, y como labrador rico que era volvía por el convento trayéndose sus buenos sacos de trigo. Tengo para mí que fue de los que mucho ayudó cuando el hambre de 1584.
Era un hombre ya maduro en años que, pese a tener buen acomodo, porfiaba que con tal de que le permitiesen profesar en el Carmelo haría los más viles trabajos, como el último de los legos.
El maestro de novicios fue su valedor y se deshacía en elogios de su vida de piedad y fray Juan por no hacerle de menos dijo, sea, pero que cuiden de no apresurarse en tomarle las medidas de la cogulla.
A los pocos días se presentaron en el convento la mujer y los hijos del postulante, reclamándolo, y a unos les dio por reír y otros montaron en cólera, por la burla, y el maestro de novicios, que era el más corrido de todos, lo quería entregar al alguacil por haber abandonado a los suyos.
Pero medió fray Juan con su autoridad de prior y le razonó a aquel desventurado haciéndole ver que, en lugar de querer entregarse a viles trabajos entre los muros del convento, debía esmerarse en el noble quehacer de ser buen esposo y mejor padre, que es donde le estaba esperando Dios.
A este propósito, aun no siendo aficionado a chanzas, les hizo ver a sus frailes que lo que hacían no era tan sacrificado, puesto que los había que preferían aquello mejor que soportar mujer e hijos.
Esto lo decía porque la que vino a reclamar a su esposo parecía de muy recia condición, y para ella también tuvo unas palabras a fin de que se dulcificara en el trato con su esposo, no fuera a ser que se le volviera a escapar.
Este suceso, como ya digo, fue de broma por lo bien que acabó, pues aquel hombre se convirtió en penitente de fray Juan, y como labrador rico que era volvía por el convento trayéndose sus buenos sacos de trigo. Tengo para mí que fue de los que mucho ayudó cuando el hambre de 1584.