Sunday, April 08, 2007

 

80 - No estoy dispuesto a condenar mi alma por causa de ningún príncipe

(Juicio de Blackfriars ante los legados papales, para declarar nulo el matrimonio de Enrique VIII de Inglaterra con Catalina de Aragón, hija de los Reyes Católicos). Narrado en el libro de Andrés Vázquez de Prada, “Sir Tomás Moro”, p. 256-7:




Al fin, Clemente VII concedió poder a los cardenales Campeggi y Wolsey para estudiar el caso. Y el rey manifestaría sin vacilar a Campeggi que deseaba una declaración de nulidad del matrimonio. Fácil es imaginar los riesgos y problemas de conciencia del delegado papal. (...).

Por cartas confidenciales de Campeggi, se enteraron en Roma de que Enrique VIII trataba de obtener sentencia favorable antes de que se firmase la paz entre Carlos V y Francisco I. Motivo por el que el cardenal italiano aprovecharía al máximo los plazos judiciales, estirando hasta el límite las posibilidades y recursos del procedimiento. A pesar de lo cual, el momento decisivo y comprometedor de pronunciar sentencia resultó inesquivable. El 23 de julio (1529) era la fecha tope. Aquel día la tensión en la sala era indescriptible. El rey, desde un escondite, prestaba oído a las palabras de Campeggi:

“... Por tanto, para evitar todas estas ambigüedades y oscuridad de dudas, no estoy dispuesto a condenar mi alma por causa de ningún príncipe o potentado. Así que, si Dios quiere, no llevaré adelante este asunto a menos que tenga sobre él criterio y opinión justas, con el asentimiento del Papa y de las personas de su Consejo que poseen más experiencia y mejor conocimiento que yo en negocios judiciales tan dudosos.

De manera que, en conformidad con los Tribunales de Roma, del que este tribunal y jurisdicción derivan, queda por ahora aplazado el juicio”.

La noticia de que la solución se pospondría durante meses por exigencia de la vacación de verano produjo honda consternación entre los partidarios de Enrique. En medio de la confusión, y por mandato del rey, se adelantó el duque de Suffolk, que con voz estentórea y gesto altivo pronunció esta frase retadora: “Nunca hubo alegría en Inglaterra mientras existieron cardenales entre nosotros”.

Aquellas palabras retumbaron entre las paredes como un ultimátum a la Iglesia.



(nota 38).
Las dificultades de Campeggi para alargar el proceso quedan recogidas en carta a Salviati de 21 de junio de 1529. El rey estaba ansioso por acabar con el proceso, y exigía gran celeridad a los secretarios. “Hasta este día -escribía Campeggi a Salviati el 13 de julio- hemos caminado a gran paso, y vamos todavía más que al trote. De manera que algunos esperan sentencia de aquí a diez días”. Y continúa: “Cuando se venga a dar sentencia no tendré ante mis ojos a nadie más que a Dios y el honor de esta santa sede”.

Enrique VIII había tomado con anterioridad una decisión a espaldas y por encima del tribunal: “Si el Papa no lo anula, lo anularé yo mismo”.







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