Saturday, April 14, 2007

 

86 - Es sólo el anuncio de un champán

Tatiana Góricheva en su libro "Hablar de Dios resulta peligroso", pp. 128-9 cuenta:




Aquí (en Occidente) se echa de ver el nihilismo, aunque de otra manera. No como entre nosotros. Valga un ejemplo: ayer el tren en que viajaba entró en la estación de la gran ciudad alemana de Francfort del Main. La estación central es un edificio enorme, encima del mismo aparecían iluminadas unas letras gigantescas: "MM".

Pregunté a mi acompañante:

-¿Qué es eso? Debe ser algún símbolo especial, una consigna, algo importante.

Ella me respondió:

-Es sólo el anuncio de un champán.

A todo se le pone el sombrero de la publicidad enfadosa. Por ejemplo, en el cine: se habla en tono misterioso y sugerente de tonterías, de jabón en polvo para la ropa, de un tipo de cepillos, cual si se tratase de las cosas más importantes e imprescindibles.

En cambio, hablar de otras cosas, que de hecho son imprescindibles para todos -como el alma, el sentido de la vida, la redención- es algo que aquí la gente no se atreve a hablar en público, y hasta los sacerdotes se avergüenzan. ¡Es realmente un mundo pervertido y desquiciado!

Recuerdo a un sacerdote al que encontré hace poco tiempo. Yo iba en una excursión, que había organizado la parroquia de una aldea. El clérigo, joven y chistoso, un tipo deportista, pasó los dos días de charla. En el curso de las dos jornadas que viajamos en el autobús habló de todo lo imaginable: de aviones y de fútbol, de las elecciones y de la comida. Reía mucho y se esforzaba por alegrar a todos. Algo parecido a nuestros animadores de masas. Y al mismo tiempo por las ventanas del autobús se nos mostraba un mundo sorprendentemente hermoso de montañas de pendientes abruptas, con la luminosidad de unos colores azul oscuro y violeta que no parecían de esta tierra, hasta el punto de que espontáneamente me vinieron a la memoria las repetidas exclamaciones de los Salmos: "¡Qué admirables son tus obras, Señor Dios. Con gran sabiduría has creado todo!".

Más tarde, ya de regreso, pregunté al sacerdote:

-¿Por qué no ha hablado usted ni una sola vez de Dios? ¿Cómo es posible que no haya dicho nada de la belleza de su mundo?

Y él me respondió:

-Porque si empiezo a hablar de Dios, pierdo a mi gente y me quedo solo.

-Pero la soledad no es nunca un pecado.

Al decirle esto pensaba que no era verdad que fuese a quedarse solo. Como me habían escuchado a mí los campesinos, cuando les hablaba de nuestra Iglesia, de la Iglesia en general. Y como me habían rogado que les hablase más y más.











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