Thursday, July 05, 2007
143 - Señor Capra, es usted un cobarde
Frank Capra cuenta en su autobiografía “Frank Capra. El nombre delante del título”, pp. 216-217, una anécdota sobre el modo que tenía de entender su trabajo.
En 1934, su película “Sucedió una noche”, consigue un éxito arrollador en todo el mundo, gana los cinco Oscars principales y crea la comedia americana.
Pero Capra se pone enfermo. Durante su enfermedad, un “hombrecillo” le dice unas cuantas verdades, que le hacen reflexionar sobre sus películas y le lleva a hacer “El secreto de vivir”, “Vive como quieras”, “Caballero sin espada”, “Juan Nadie”, “Arsénico por compasión”, “¡Qué bello es vivir!” o “Un gangster para un milagro”:
Estaba tan furioso que podía escupir. Pero también estaba intrigado acerca de un tratamiento vudú. Recorrí el pasillo y me metí en nuestra madriguera del primer piso. Un hombrecillo bajo se levantó de una silla; completamente calvo, con gafas de gruesos cristales ..., un hombre tan sin rostro como alguien es capaz de ser. No hubo presentaciones. Simplemente dijo:
-Por favor, siéntese, señor.
Me senté, débil como un gato e igual de curioso. El hombrecillo se sentó frente a mí y dijo tranquilamente.
-Señor Capra, es usted un cobarde.
-¿Un qué?
-Un cobarde, señor. Pero, lo que es infinitamente más triste .., es usted una ofensa a Dios. ¿Ha oído a ese hombre de ahí dentro? –Max había conectado la radio en mi habitación. La rasposa voz de Hitler brotaba chirriante de ella-. Ese malvado hombre está intentando desesperadamente envenenar el mundo con odio. ¿A cuántos puede hablarles? ¿A quince millones, .... veinte millones?¿Y durante cuánto tiempo ..., veinte minutos? Usted señor, usted puede hablarles a cientos de millones, durante dos horas ..., y en la oscuridad. Los talentos que posee usted, señor Capra, no son suyos, no son autoadquiridos. Dios le dio esos talentos; son Sus dones a usted, para que los use en Su beneficio. Y cuando usted no usa los dones con los que Dios le bendijo, es usted una ofensa a Dios ..., y a la humanidad. Buenos días, señor.
El hombrecillo sin rostro salió de la habitación y bajó las escaleras. En menos de treinta segundos me había abierto en canal con la verdad: había expuesto el fétido pus de mis vanidades.
No sé durante cuánto tiempo permanecí sentado allí, luchando por retener las ardientes lágrimas de la vergüenza, antes de que volviera furioso a mi habitación sobre piernas de caucho. Hitler seguía vociferando todavía.
(Se empieza a recuperar de su enfermedad ...)
Caminé y caminé por las dunas de arena púrpura..., luego me dirigí al confesionario de la iglesia local, temeroso de que el padre no creyera en mi maravillosa curación. Me tropecé con un pragmático cura irlandés.
-No hay nada maravilloso en eso –dijo firmemente-. Y en cuanto a la penitencia ..., reza doce Padrenuestros ¡y vuelve al trabajo!