Monday, September 03, 2007
209 - Sumar para convivir
Ángel María García Dorronsoro defendía en un artículo en la “Gaceta de los Negocios” (12.nov.2005) la necesidad de contemplar a los hombres desde una actitud abierta y comprensiva, sin prejuicios ni trabas, superando los enfrentamientos que, la mayoría de las veces, están motivados por la ignorancia o el apasionamiento:
La palabra sumar parece una modesta palabra situada en la aritmética y topamos con ella a poco de tomar contacto con los números; pero la experiencia enseña que sumar desborda la aritmética y se convierte en una actitud moral frente a la vida.
En Bilbao hay una plazuela, con frecuencia tranquila, que tiene un nombre que me llamó la atención desde que era pequeño: plazuela del bombero Echániz. Supuse que llevaba ese nombre para honrar al bombero que habría muerto en un incendio; esta suposición me acompañó siempre, hasta que en conversación con unos amigos surgió el tema y uno afirmó tajantemente: “la plaza lleva el nombre del bombero porque inventó y construyó el Gargantúa” -la figura muy popular en Bilbao de un aldeano gigantesco, sentado en ademán de comer, que con la gran boca abierta engullía a los niños en las fiestas, situándolos en un tobogán por el que se deslizaban hasta que, al final del viaje, eran ayudados a ponerse de pie, saliendo los niños deprisa, con cara de susto y regocijo-.
El que ofreció este dato, nuevo para mí, estaba seguro de su afirmación; otro de los presentes negó, extrañado, esa hipótesis y dijo que la fama de Echániz estaba apoyada en que había muerto apagando un incendio. De la discrepancia surgió la tensión y, cuando se vio que ninguno cedía, se dejó el asunto con un cierto malestar entre ambos.
Pasados unos meses, pude consultar un libro en el que se daba razón de los nombres de las calles de Bilbao; decía que a la plazuela le venía el nombre de un carpintero que nació en el Casco Viejo, en el siglo XIX, que construyó el Gargantúa y que siendo bombero murió intentando apagar un incendio; viéndose una vez más que la verdad no es necesariamente excluyente. Se puede haber armado el Gargantúa y morir en un incendio.
Este hecho histórico no lo cuento para fomentar el relativismo que está presente en escritos, conversaciones y tertulias, sino para llamar la atención sobre el peligro en que vivimos de hacer de la realidad dos bandos y de tener la certeza de que son radicalmente incompatibles: creacionistas y evolucionistas; creyentes y racionalistas; mecanicistas y convencidos de que hay un plan inteligente que se realiza en el tiempo.
Parece como si la pereza mental se sintiese más cómoda cuando sólo hay que elegir uno de los dos.
La palabra sumar parece una modesta palabra situada en la aritmética y topamos con ella a poco de tomar contacto con los números; pero la experiencia enseña que sumar desborda la aritmética y se convierte en una actitud moral frente a la vida.
En Bilbao hay una plazuela, con frecuencia tranquila, que tiene un nombre que me llamó la atención desde que era pequeño: plazuela del bombero Echániz. Supuse que llevaba ese nombre para honrar al bombero que habría muerto en un incendio; esta suposición me acompañó siempre, hasta que en conversación con unos amigos surgió el tema y uno afirmó tajantemente: “la plaza lleva el nombre del bombero porque inventó y construyó el Gargantúa” -la figura muy popular en Bilbao de un aldeano gigantesco, sentado en ademán de comer, que con la gran boca abierta engullía a los niños en las fiestas, situándolos en un tobogán por el que se deslizaban hasta que, al final del viaje, eran ayudados a ponerse de pie, saliendo los niños deprisa, con cara de susto y regocijo-.
El que ofreció este dato, nuevo para mí, estaba seguro de su afirmación; otro de los presentes negó, extrañado, esa hipótesis y dijo que la fama de Echániz estaba apoyada en que había muerto apagando un incendio. De la discrepancia surgió la tensión y, cuando se vio que ninguno cedía, se dejó el asunto con un cierto malestar entre ambos.
Pasados unos meses, pude consultar un libro en el que se daba razón de los nombres de las calles de Bilbao; decía que a la plazuela le venía el nombre de un carpintero que nació en el Casco Viejo, en el siglo XIX, que construyó el Gargantúa y que siendo bombero murió intentando apagar un incendio; viéndose una vez más que la verdad no es necesariamente excluyente. Se puede haber armado el Gargantúa y morir en un incendio.
Este hecho histórico no lo cuento para fomentar el relativismo que está presente en escritos, conversaciones y tertulias, sino para llamar la atención sobre el peligro en que vivimos de hacer de la realidad dos bandos y de tener la certeza de que son radicalmente incompatibles: creacionistas y evolucionistas; creyentes y racionalistas; mecanicistas y convencidos de que hay un plan inteligente que se realiza en el tiempo.
Parece como si la pereza mental se sintiese más cómoda cuando sólo hay que elegir uno de los dos.
ECHANIZ, Bombero. -Plaza del área urbana de Indauchu en la que confluye una vía principal que la atraviesa, que es la calle de Gordóniz y otras cuatro calles que acaban o empiezan en ella: A. Valle, Pérez Galdós, M. Oreja y Egaña. El nuevo Hotel Indauchu ha revalorizado este paraje, sobre el solar de la antigua institución benéfico-social de "La Gota de Leche".
Antonio Echániz, nacido en 1815, carpintero bilbaino, ingresó en el Cuerpo de Bomberos en 1856, que fue cuando se organizó y del que llegó a ser jefe. Murió heróicamente, junto con otros tres compañeros, en el incendio del 7 de Junio de 1867 de la casa de la calle del Correo, donde tenía su imprenta y librería la Vda. de Delmas y su hijo. Echániz fue el que diseñó y construyó el primer "Gargantúa" de las fiestas bilbainas.