Saturday, September 08, 2007
213 - No me habría entregado en mi vejez
Peter Berglar, comparando la vida de Moro y de Wolsey, reflexiona en su libro “La hora de Tomás Moro”, pp. 80-81, sobre cuál debe ser el verdadero objetivo de nuestras esperanzas:
No hay duda de que Enrique estaba acostumbrado a que se cumplieran todos sus deseos, también los referentes al ámbito privado. En ello le confirmó también el servilismo incondicionado de Wolsey durante casi década y media.
Pero es una antigua experiencia, repetida muchas veces en la Historia, que el solo favor del soberano, comprado y conservado con docilidad ilimitada, no es un fundamento sólido para mantener el poder.
Puede que el segundo Tudor en cualquier caso hubiese evolucionado hacia el vicioso tirano en que se convirtió y se impuso en el reino; pero es seguro que el servilismo del cardenal hizo que se acelerara ese proceso.
-“Si hubiese servido con tanto empeño a Dios como al rey, no me habría entregado en mi vejez”, dijo el derrocado canciller cuando lo iban a llevar a la Torre de Londres.
En contraste con Moro, que consideró su tiempo de sufrimiento como un último y fatigoso trayecto antes de llegar a la meta, al retorno definitivo a Cristo, como algo, pues, por lo que estaba agradecido, Wolsey veía en su caída sólo una catástrofe.
Él, un sacerdote, un hombre de la Iglesia, había estado poseído toda su vida por el deseo de llegar a la cumbre, al papado. En pos de esa quimera había desarrollado una política de aventuras, procurando aprovecharse de la vanidad y de la autocomplacencia del rey para alcanzar sus propios intereses. Con eso se había ido alejando más y más de Dios, y cuando perdió el favor de aquel su “dios sustitutivo”, se encontró totalmente abandonado: nadie movió ni una sola mano por él.
Aún así sería injusto juzgar su personalidad y su chancillería de manera sólo negativa. Era generoso y conocía el agradecimiento y la comprensión.
No hay duda de que Enrique estaba acostumbrado a que se cumplieran todos sus deseos, también los referentes al ámbito privado. En ello le confirmó también el servilismo incondicionado de Wolsey durante casi década y media.
Pero es una antigua experiencia, repetida muchas veces en la Historia, que el solo favor del soberano, comprado y conservado con docilidad ilimitada, no es un fundamento sólido para mantener el poder.
Puede que el segundo Tudor en cualquier caso hubiese evolucionado hacia el vicioso tirano en que se convirtió y se impuso en el reino; pero es seguro que el servilismo del cardenal hizo que se acelerara ese proceso.
-“Si hubiese servido con tanto empeño a Dios como al rey, no me habría entregado en mi vejez”, dijo el derrocado canciller cuando lo iban a llevar a la Torre de Londres.
En contraste con Moro, que consideró su tiempo de sufrimiento como un último y fatigoso trayecto antes de llegar a la meta, al retorno definitivo a Cristo, como algo, pues, por lo que estaba agradecido, Wolsey veía en su caída sólo una catástrofe.
Él, un sacerdote, un hombre de la Iglesia, había estado poseído toda su vida por el deseo de llegar a la cumbre, al papado. En pos de esa quimera había desarrollado una política de aventuras, procurando aprovecharse de la vanidad y de la autocomplacencia del rey para alcanzar sus propios intereses. Con eso se había ido alejando más y más de Dios, y cuando perdió el favor de aquel su “dios sustitutivo”, se encontró totalmente abandonado: nadie movió ni una sola mano por él.
Aún así sería injusto juzgar su personalidad y su chancillería de manera sólo negativa. Era generoso y conocía el agradecimiento y la comprensión.