Sunday, September 09, 2007
214 - Aquí se ríen
José Luis Martín Descalzo, en un artículo en “Blanco y Negro” de agosto 1990, insistía en la necesidad de la alegría y del buen humor:
Yo recuerdo siempre aquello que contaba Bruce Marshall: educado en una familia protestante puritana, al buen chaval Bruce se le hacían insoportables las iglesias.
La hora de los cultos era, para él, la mayor de las torturas: no podía hablar, no podía casi respirar; si se movía, su madre le pellizcaba; si, por casualidad, se le escapaba del bolsillo una canica y se ponía a correr hacia el presbiterio, ya sabía que en su casa estallaría la tormenta y le tendrían castigado quince días sin salir.
Así hasta que un día tuvo que asistir a la primera comunión de un amiguito católico y acudió a una iglesia “papista”.
Y ocurrió que, en el momento más solemne de la misa, se le escapó del bolsillo, no una canica, sino una moneda, que, por el pasillo central, emprendió una carrera que todos los fieles e incluso el cura que celebraba siguieron con los ojos ... hasta que fue a meterse por la rejilla de la calefacción.
En este momento el cura que celebraba prorrumpió en una sonora carcajada que muchos corearon con sonrisas. Bruce no entendía nada. ¿Cómo es que allí nadie se había escandalizado? Y, con esa lógica propia de los críos, se dijo a sí mismo:
-Ésta debe de ser la Iglesia verdadera. Aquí se ríen.
Yo recuerdo siempre aquello que contaba Bruce Marshall: educado en una familia protestante puritana, al buen chaval Bruce se le hacían insoportables las iglesias.
La hora de los cultos era, para él, la mayor de las torturas: no podía hablar, no podía casi respirar; si se movía, su madre le pellizcaba; si, por casualidad, se le escapaba del bolsillo una canica y se ponía a correr hacia el presbiterio, ya sabía que en su casa estallaría la tormenta y le tendrían castigado quince días sin salir.
Así hasta que un día tuvo que asistir a la primera comunión de un amiguito católico y acudió a una iglesia “papista”.
Y ocurrió que, en el momento más solemne de la misa, se le escapó del bolsillo, no una canica, sino una moneda, que, por el pasillo central, emprendió una carrera que todos los fieles e incluso el cura que celebraba siguieron con los ojos ... hasta que fue a meterse por la rejilla de la calefacción.
En este momento el cura que celebraba prorrumpió en una sonora carcajada que muchos corearon con sonrisas. Bruce no entendía nada. ¿Cómo es que allí nadie se había escandalizado? Y, con esa lógica propia de los críos, se dijo a sí mismo:
-Ésta debe de ser la Iglesia verdadera. Aquí se ríen.