Saturday, September 15, 2007

 

220 - Porque no se me atribuya a mí la honra de la victoria

El Padre Alonso Rodríguez en su “Ejercicio de perfección y virtudes cristianas”, I, 3, cap. 5, escribía:




Una hazaña cuenta la Sagrada Escritura de Joab, capitán general del ejército de David, digna de ser contada e imitada de nosotros.

Dice que estaba Joab con su ejército sobre la ciudad de Rabat, que era una ciudad de los amonitas, la metropolitana, donde residía el rey con su corte.

Y ya que tenía el negocio en buenos términos y estaba a punto de entrarla y tomarla, despacha correos al rey David, haciéndole saber el punto en que tenía el negocio; por tanto, que venga él y entre y la tome.

Y da esta razón:

-“porque no se me atribuya a mí la honra de la victoria, si yo entro y la tomo” (2 Sam 12, 28); y así lo hizo.

Esta fidelidad habemos de guardar nosotros con Dios en todos nuestros ministerios, no queriendo jamás que se nos atribuya a nosotros el fruto y la conversión de las almas, ni el buen suceso de los negocios, sino todo a Dios: “No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria” (Sal. 113, 9).

Toda la gloria se ha de dar a Dios, que está en los Cielos, que así lo cantaron los ángeles: “Gloria a Dios en las alturas” (Lc 2, 14).











Conquista de Rabá. (2 Sam 12, 26-31):

“Mientras tanto, Joab atacó Rabá, la de los amonitas, y se apoderó de la ciudad del rey. Entonces envió mensajeros a David diciéndole:

-He atacado Rabá y me he apoderado de la zona que la abastece de agua. Ahora, pues, reúne el resto del ejército, acampa frente a la ciudad y conquístala tú, para que no sea yo quien la conquiste y tenga que llevar mi nombre.

Reunió, pues, David a todo el ejército, se dirigió contra Rabá, la atacó y la conquistó. Quitó de la cabeza de Milcom la corona que pesaba un talento de oro -ésta tenía una piedra preciosa que David puso sobre su cabeza- y se llevó de la ciudad un enorme botín. Sacó a la gente de esa ciudad y la hizo trabajar con sierras, con trillos de hierro y hachas de hierro, y la utilizó en hornos de ladrillos. Lo mismo hizo con todas las ciudades amonitas. Luego David y todo su ejército regresaron a Jerusalén.












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