Monday, September 17, 2007

 

222 - Un campeón de la fe

Extracto de un antiguo artículo de Indro Montanelli, publicado en “La Vanguardia” de Barcelona el 10.XI.1978:




Me encontraba en Varsovia en el invierno de 1957 cuando Gomulka accedió a la jefatura del Partido Comunista, convirtiéndose prácticamente en dueño y señor del Estado. Una de sus primeras medidas consistió en decretar la libertad del cardenal primado Wyszynski, que a la sazón llevaba siete años en la cárcel.

Fui a la catedral para escuchar la primera alocución de Wyszynski. El portal principal del templo estaba bloqueado por una auténtica muchedumbre y tan sólo conseguí entrar gracias a los buenos oficios de un obispo auxiliar que me franqueó una pequeña puerta de servicio.

El cardenal, al presentarse en el púlpito, fue recibido con un profundo, absoluto e impresionante silencio, más elocuente sin duda que la más clamorosa de las ovaciones. Se esperaba de él -lo esperábamos todos- unas palabras en torno a su calvario. Pero Wyszynski no hizo la más mínima alusión a los siete años transcurridos en prisión. Con el rostro marcado por los sufrimientos pero con voz firme y rotunda, e incluso con cierto acento humorístico, el cardenal dijo:

-Me parece, hermanos, que ha pasado algún tiempo desde la última vez que nos vimos ... De cualquier modo, si no me falla la memoria, estábamos hablando de Nuestra Señora ...

Y reanudó el parlamento que había interrumpido siete años antes.

En buena parte, los polacos le deben a Wyszynski el no haber seguido la suerte de los húngaros. El cardenal los detuvo en el camino de una sublevación imposible. Pero cuando también Gomulka cedió a las presiones de Moscú y pretendió acelerar la operación de “descristianización” que el régimen comunista estaba llevando a cabo con los métodos más inconfesables -incluso el de dividir y corromper el clero-, Wyszynski se encerró en posiciones de rigurosa intransigencia, actitud que ya en otra ocasión le había costado la pérdida de su libertad personal. Polonia entera con el fervor de una cruzada se alineó junto a su cardenal.

La Iglesia, por supuesto, necesita hombres de gobierno y diplomáticos, como lo son todos o casi todos los cardenales de la Curia, porque la Iglesia es también una institución que opera y se relaciona con otras instituciones. Sin embargo, lo que más necesita hoy la Iglesia Católica es "un campeón de la fe” capaz, en caso necesario, de sacrificar a la fe y a su integridad la política con sus cálculos, sus oportunidades y sus oportunismos.

A esto responde, en todo, el polaco Papa Wojtyla. Ya nos ha dado pruebas de ello. E inevitablemente, inmediatamente, le han tildado de “reaccionario”. Ni es verdad, ni podría serlo. Hijo de un suboficial, obrero él mismo durante su juventud en las minas de Kattowitz, Juan Pablo II es un hombre socialmente abierto. Así lo conocen y como a tal lo reconocen los mismos obreros de su archidiócesis -fueron más de cien mil- que, poco antes de que el cardenal partiera hacia Roma, desfilaron bajo la mirada amenazadora y sospechosa de la policía comunista, en la procesión que él había organizado en honor de la Virgen.








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