Sunday, September 23, 2007
227 - La “virtus” de Escipión el Africano
Adrian Goldsworthy en su libro “Grandes generales del ejército romano. Campañas, estrategias y tácticas”, pp. 53-54, nos explica la reacción del joven Escipión, después de la derrota de Cannas:
Escipión sobrevivió (a la batalla de Cannas, 2.agosto.216 a.C., de los romanos contra Aníbal) y fue uno de los cuatro tribunos que se encontraron con el cuerpo más importante de fugitivos en la cercana ciudad de Canusium.
Aunque uno de los otros tres tribunos era hijo de Fabio Máximo, que sería elevado al consulado en el 213, se les entregó el mando a los dos más jóvenes, Escipión y Apio Claudio. El segundo había sido nombrado edil recientemente, pero fue su enorme confianza (la de Escipión) y la extraordinaria fuerza de su personalidad, más que el hecho de que pudiera contar con gran experiencia, lo que llevó a los demás a seguir su liderazgo.
La enormidad del holocausto había provocado el pánico en muchos de los supervivientes. Un grupo de jóvenes de la nobleza, incluidos los hijos de distinguidos magistrados, hablaba abiertamente de abandonar aquella República sentenciada y marchar al extranjero.
Escipión fue con algunos soldados de su confianza a los cuarteles (casi con toda seguridad una casa de la ciudad) de su jefe Quinto Cecilio Metelo, donde los desertores se estaban comportando de una forma muy romana, manteniendo un consejo (consilium) en el que discutían qué hacer.
Prorrumpiendo en la sala, el tribuno de veinte años (Escipión) alzó la espada y pronunció un solemne juramento dirigido a Júpiter Optimus Maximus, pidiendo que cayeran sobre él y su familia los más terribles males si no lo cumplía. En el juramento declaró que no sólo no abandonaría nunca la República, sino que no permitía que nadie lo hiciera, aunque para ello tuviera que matarlo si era necesario. Uno por uno, obligó a aquella audiencia asombrada a que repitiera el mismo juramento.
Los días siguientes fueron llegando a la ciudad más soldados derrotados, y cuando el cónsul superviviente se hizo cargo de la situación, se había reunido allí una fuerza que superaba los diez mil hombres. Se trataba de los restos lamentables de aquel enorme ejército de ochenta y seis mil soldados que habían ido a la batalla la mañana del 2 de agosto, pero ya había algo por donde comenzar.
En Cannas, Escipión había personificado la virtus que cabía esperar de un aristócrata romano, en especial si se trataba del miembro de una familia tan distinguida, enfrentada a la adversidad. Su conducta fue aún más noticiosa si se tiene en cuenta que, en ese momento, otros miembros de su clase comenzaron a vacilar.
Los romanos llegaban a aceptar, en ocasiones, las derrotas, pero en ningún caso que éstas fueran definitivas. Se esperaba que todos los ciudadanos, en especial los de alta alcurnia, pelearan con bravura, y la derrota dejaba de ser una deshonra si habían actuado así. Tampoco se contemplaba la posibilidad de que un jefe enfrentado a la derrota y al desastre falleciera peleando, a menos que no hubiera otra salida, ni que se suicidara.
En lugar de ello, debería comenzar a reconstruir el potencial del ejército, salvando el mayor número posible de soldados en medio del caos de la batalla perdida, y preparándose para el próximo encuentro con el enemigo, pues siempre habría una oportunidad hasta que, finalmente, llegara el momento de la victoria de Roma.
Éste era el espíritu que unía a Fabio (Máximo) y a (Marco Claudio) Marcelo, a pesar de los enfoques radicalmente diferentes que uno y otro defendían en su enfrentamiento con Aníbal, pues nadie cuestionaba abiertamente la presunción de que Roma debería seguir luchando ni de que acabase, al fin, por triunfar.
La virtus significaba que debería soportarse cualquier contratiempo, aunque fuera desastroso, y que la guerra continuaría hasta alcanzar la victoria definitiva. Cuando Varrón, el cónsul ampliamente denostado por el desastre de Cannas, regresó a Roma, fue felicitado formalmente por el Senado y se le agradeció que “no hubiera desesperado de la República”.