Wednesday, October 03, 2007

 

237 - El payaso de Kierkegaard

Joseph Ratzinger (el actual Papa Benedicto XVI) en su libro “Introducción al cristianismo”, pp. 39-40, escribiendo sobre la fe en el mundo de hoy, explica las dificultades que tienen los teólogos y los que hablan de Dios, para hacerse entender:





Quien intente hoy día hablar de la fe cristiana a gente que ni por vocación ni por convicción conoce desde dentro la temática eclesial, advertirá muy pronto lo extraña y sorprendente que le resulta tal empresa. Es probable que en seguida tenga la sensación de que su situación está bastante bien reflejada en el conocido relato parabólico de Kierkegaard sobre el payaso y la aldea en llamas, que Harvey Cox resume brevemente en su libro “La ciudad secular” (Barcelona 1968, p. 269).

En él se cuenta que en Dinamarca un circo fue presa de las llamas. Entonces, el director del circo mandó a un payaso, que ya estaba listo para actuar, a la aldea vecina para pedir auxilio, ya que había peligro de que las llamas llegasen hasta la aldea, arrasando a su paso los campos secos y toda la cosecha.

El payaso corrió a la aldea y pidió a los vecinos que fueran lo más rápido posible hacia el circo que se estaba quemando para ayudar a apagar el fuego. Pero los vecinos creyeron que se trataba de un magnífico truco para que asistiesen los más posibles a la función; aplaudían y hasta lloraban de risa. Pero al payaso le daban más ganas de llorar que de reír; en vano trató de persuadirlos y de explicarles que no se trataba de un truco ni de una broma, que la cosa iba muy en serio y que el circo se estaba quemando de verdad. Cuanto más suplicaba, más se reía la gente, pues los aldeanos creían que estaba haciendo su papel de maravilla, hasta que por fin las llamas llegaron a la aldea. Y claro, la ayuda llegó demasiado tarde y tanto el circo como la aldea fueron pasto de las llamas.

Con este relato ilustra Cox la situación de los teólogos modernos. En el payaso, que no es capaz de lograr que los aldeanos escuchen su mensaje, ve Cox una imagen del teólogo, a quien nadie toma en serio si va por ahí vestido con los atuendos de un payaso medieval o de cualquier otra época pasada. Ya puede decir lo que quiera, pues llevará siempre consigo la etiqueta del papel que desempeña. Y por buenas maneras que muestre y por muy serio que se ponga, todo el mundo sabe ya de antemano lo que es: ni más ni menos que un payaso. Se sabe ya de sobra lo que dice y se sabe también que sus ideas no tienen nada que ver con la realidad. Se le puede escuchar, pues, con toda tranquilidad, sin miedo a que lo que dice cause la más mínima preocupación. Está claro que esta imagen es en cierto modo un reflejo de la agobiante situación en que se encuentra el pensamiento teológico actual, que no es otra que la abrumadora imposibilidad de romper con los clichés habituales del pensamiento y del lenguaje, y la de hacer ver que la teología es algo sumamente serio en la vida humana.

Pero quizás debamos sondear las conciencias de modo más radical. Quizás el irritante cuadro que hemos pintado, aun conteniendo gran parte de verdad y aspectos que han de tenerse muy en cuenta, simplifique la situación. Porque puede dar la impresión de que el payaso, es decir, el teólogo que todo lo sabe, llega a nosotros con un mensaje absolutamente claro. Los aldeanos, a los que con tanta prisa se dirige, esto es, los hombres que viven al margen de la fe, serían por el contrario gentes que no saben nada, gente a la que hay que enseñar lo que desconocen. Lo único que tendría que hacer ahora el payaso es cambiar de vestimenta y quitarse toda la pintura para que todo se arreglase.

Pero, ¿es que es todo tan sencillo? ¿Es que basta con que nos agarremos al aggiornamento, que nos quitemos el maquillaje y asumamos el aspecto civil de un lenguaje secular o de un cristianismo sin religión para que todo se arregle? ¿Es que basta con cambiar los vestidos eclesiásticos para que los hombres acudan alegres a ayudarnos a apagar el fuego que, como dice el teólogo, existe y es un peligro para nosotros?









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