Tuesday, October 21, 2008

 

281 - Si con mi cabeza pudiese ganar un castillo en Francia

Andrés Vázquez de Prada en su libro “Sir Tomás Moro”, p. 215, cuenta una anécdota sobre la ambición de Enrique VIII:


Aun no doblegando su autonomía interior, el Consejero fue uno de los amigos más apreciados por el rey, que encontraba en él sensatez de opiniones, firmeza de criterio y una sabrosa conversación. En los años en que era Vicetesorero de Inglaterra y este país se hallaba en guerra con Francia, Enrique VIII solía buscar el agrado de su compañía, presentándose en alguna ocasión en la finca de Chelsea.

Un día su yerno Roper vio con sorpresa que el rey, después de comer allí, salió a dar un paseo con Moro por las avenidas del bello jardín. Enrique había echado amigablemente el brazo alrededor del cuello de su Consejero. Cerca de una hora estuvieron charlando.

Roper veía con gozo desde una ventana cómo su suegro intimaba con el soberano, y “tan pronto como se fue Su Majestad hizo ver con gran regocijo a Sir Tomás Moro cuán dichoso era, pues el rey le había tratado con una familiaridad que nunca usó con nadie, excepto con el cardenal Wolsey.

Pero el suegro no era tan simple y vanidoso como para olvidar los muchos traspiés que da la fortuna. Así que con mucha calma respondió a su felicitación:

-Gracias doy a Dios, hijo, al ver que Su Majestad es verdaderamente buen señor conmigo, y pienso que me favorece tan especialmente como a cualquier otro súbdito del reino. No obstante, puedo decirte, hijo, que no existe razón alguna para enorgullecerse; porque si con mi cabeza pudiese ganar un castillo en Francia, de seguro que no la tendría ya encima.

Inglaterra se encontraba entonces en guerra, y Moro sabía lo suficiente acerca del carácter de Enrique VIII como para no hacerse ilusiones de ningún género por muestra externas de condescendencia.







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