Wednesday, November 26, 2008

 

293 - El mártir de la confesión

Camilo Ortúzar en “El catecismo explicado con ejemplos”, p. 870:

Wenceslao, rey de Bohemia y emperador de Alemania, concibió, sin razón, horribles temores acerca de la fidelidad de su esposa, Juana de Baviera. Esta princesa tenía como director de su conciencia al futuro San Juan Nepomuceno, canónigo de Praga, hombre doctísimo y de gran santidad.

Cegado por su pasión, el emperador formó el proyecto de exigir al santo sacerdote que le revelara todo lo que la emperatriz le declaraba en confesión.

El sacerdote, sobrecogido de horror al oír la pretensión de Wenceslao, le manifestó respetuosamente que la religión le impedía acceder a tales deseos.

El rey le dijo:

-Contad con la seguridad de que yo guardaré en eterno secreto lo que me contéis y os colmaré de honores y de riquezas, si me complacéis; pero si os obstináis en desobedecerme, os exponéis a los más horribles suplicios y a la muerte misma.

El santo le respondió:

-Sabed que las leyes más sagradas imponen silencio a mis labios y que nada, ni la muerte más cruel, será capaz de inducirme a traicionar mi deber.

Encolerizado el emperador, ordenó que le aplicasen en todo el cuerpo antorchas encendidas que le dejaron medio muerto. Al cabo de unos días, creyendo el tirano que los tormentos le hubiesen doblegado, le llama nuevamente y le dice:

-Escoged entre morir o revelar las confesiones de la emperatriz.

-Ya he escogido, respondió el sacerdote.

-¿Qué cosa?

-La muerte.

Entonces Wenceslao exclamó muy enfadado:

-Que se aleje a este hombre de mi presencia y que atado de pies y manos se le arroje al río.

El santo mártir se ahogó pronto en las aguas del rio Moldau. Algunas personas piadosas recogieron su cuerpo y lo sepultaron en una tumba, célebre por los milagros efectuados en ella. Está sepultado en la Catedral de Praga.






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