Wednesday, April 30, 2008
257 - La libertad es un misterio
“Visto desde un cierto ángulo, las reacciones mentales de los internados en un campo de concentración deben parecernos la simple expresión de determinadas condiciones físicas y sociológicas. Aún cuando condiciones tales como la falta de sueño, la alimentación insuficiente y las diversas tensiones mentales pueden llevar a creer que los reclusos se veían obligados a reaccionar de cierto modo, en una análisis último se hace patente que el tipo de persona en que se convertía un prisionero era el resultado de una decisión íntima y no únicamente producto de la influencia del campo.
Fundamentalmente, pues, cualquier hombre podía, incluso bajo tales circunstancias, decidir lo que sería de él -mental y espiritualmente-, pues aún en un campo de concentración puede conservarse su dignidad humana.
Dostoyevski dijo en una ocasión: “Sólo temo una cosa: no ser digno de mis sufrimientos” y estas palabras retornaban una y otra vez a mi mente cuando conocí a aquellos mártires cuya conducta en el campo, cuyo sufrimiento y muerte, testimoniaban el hecho de que la libertad íntima nunca se pierde. Puede decirse que fueron dignos de sus sufrimientos y la forma en que los soportaron fue un logro interior genuino. Es esta libertad espiritual, que no se puede arrebatar, lo que hace que la vida tenga sentido y propósito”.
“La vida en un campo de concentración abría de par en par el alma humana y sacaba a la luz sus abismos. ¿Puede sorprender que en estas profundidades encontremos, una vez más, únicamente cualidades humanas que, en su naturaleza más íntima, eran una mezcla del bien y del mal? La escisión que separa el bien y el mal, que atraviesa imaginariamente a todo ser humano, alcanza a las profundidades más hondas y se hizo manifiesta en el fondo del abismo que se abrió en los campos de concentración.
Nosotros hemos tenido la oportunidad de conocer al hombre quizá mejor que ninguna generación.
-¿Qué es, en realidad, el hombre?
-Es el ser que siempre decide lo que es.
-Es el ser que ha inventado las cámaras de gas, pero asimismo es el ser que ha entrado en ellas con paso firme musitando una oración”.
Thursday, April 24, 2008
256 - Ganarse el cielo
Santa Teresa va camino de Malagón en 1579, a comprar una nueva casa. Lo cuenta Ana de San Bartolomé, su enfermera. Citado en Efrén de la Madre de Dios en su libro “Vida y tiempo de Santa Teresa”, pp. 811-813:
Algunos días caminaba siendo todo el día de agua o nieve y sin hallar poblado en algunas leguas ni llevar alguna defensa para no se mojar. Y llegaba la noche a algunas posadas donde no había lumbre ni con qué la hacer, ni qué comer; y el abrigo de la cama y aposento donde estaba era verse el cielo, y el agua que caía de él entraba en el mismo aposento, y acaecíales a veces tener los vestidos calados.
Aconteció también –añade- llegar a una posada de las dichas, bien necesitada de abrigo, porque de la mucha humedad de los vestidos le había dado mal de hígado, y estando yo con ella y viéndola con grandes temblores, salí a buscar lumbre para calentarla un paño. Viendo esto una persona de bien que estaba en la posada, empezó a decir muchos baldones.
No faltaba, con todo, el buen humor. La Madre exhortaba a sus compañeros de fatigas:
-Tengan mucho ánimo –decía-, que estos días son muy ricos para ganar el cielo.
Un gañán que iba con ella respondió malhumorado:
-También me la ganaba yo desde mi casa.
Wednesday, April 23, 2008
255 - Además, hace horas extras
Una mujer se despierta por la noche en su cama, ve una luz encendida y lanza la siguiente advertencia:
-¡Mafalda, apaga esa luz y duérmete de una vez, que son las doce y pico!
En las viñetas siguientes, la niña obedece y apaga la luz, mientras refunfuña para sí:
-¡Horas extras! ¡Además de ser la madre de una todo el día, encima hace horas extras!
Wednesday, April 16, 2008
254 - El día del partido debí decir algo y no lo dije
De un artículo de José Mª Larrañaga, “La vida es cosa seria” publicado en la revista de las cooperativas de Mondragón, TU Lankide, (urtarrilla 2006):
En Sidi Ifni (Marruecos), las tropas españolas ocupaban un territorio que se extendía desde la costa hasta unos veinte kilómetros tierra adentro, de manera que había una franja de terreno suficientemente amplio para defender la capital y su puerto. Una línea de posiciones militares protegían el territorio.
Las guarniciones de estos puestos tenían por costumbre jugar partidos de fútbol los días festivos. A veces los oficiales se sumaban al juego.
Había un teniente en especial que no perdía ocasión para jugar. Era de estatura media pero parecía más bajo porque era ancho, fornido, de cuello corto y grueso. Su cara parecía tallada con un buril tosco o por un escultor con mala uva; era un radical defensor de Franco y de su política.
En el juego se caracterizaba por la furia que ponía en cada acción y porque cuando propinaba una patada a un contrario enseguida le pedía perdón. Lo que no impedía que en la siguiente jugada hiciera lo mismo. Es el avasallador más educado que he conocido.
En cierta ocasión llegó cuando estábamos formando los equipos. Acabábamos de elegir a los capitanes y éstos estaban a punto de iniciar la elección de cada bando. El teniente apartó de un empujón a un catalán (después supe que era un inmigrante extremeño que residía en Barcelona), diciendo que aquel individuo no podía jugar.
“Eres una escoria –le dijo- eres carne de prisión y llevas escrito en tu cara que terminarás en el garrote vil”.
Todos nos quedamos como congelados; el soldado no dijo nada, quedó un rato quieto mirándole al teniente a los ojos, giró sobre sus talones y se alejó lentamente. Aparentaba serenidad. Jugamos el partido.
Cólicos
Era bastante habitual que la tropa sufriera diarreas y cólicos debido a la escasez e insalubridad del agua de la zona. Parte se transportaba en aljibes desde Canarias pero, a veces, no llegaba la suficiente o llegaba tarde. El soldado “escoria” cayó enfermo, quedó en cama en la choza de adobe que ocupábamos, no creo que nadie le visitara, ni creo que él esperara visita alguna.
No sé qué me impulsó a comprar dos bollos que árabes ambulantes vendían y sentándome en la cama de al lado, le ofrecí uno, mientras yo me comía el otro. Extrañado me preguntó a qué venía aquello:
-Estoy en deuda contigo – le repliqué.
-¿En deuda? ¿Por qué?
-Porque el día del partido tenía que haber dicho algo y no lo dije; porque no debí jugar y jugué.
Durante un rato no dijo nada y después mirándome fijamente, dijo:
-¿Y si fuera verdad lo que dice el teniente?
A mí las palabras me surgieron desde el fondo del alma:
-¡No!, no son verdad.