Wednesday, August 27, 2008

 

271 - El verdadero nombre de John Ford

Peter Bogdanovich en su libro sobre John Ford, pp. 43-44:


¿Por qué tomaron usted y su hermano Francis el nombre de Ford?

Después de trabajar en compañías de teatro de provincias, mi hermano se fue a Nueva York y se hizo director de escena de una compañía que iba a estrenar en Broadway; como tenía mucha memoria, también era sustituto de cuatro o cinco actores.

La noche del estreno, el tipo que tenía uno de los papeles importantes –un papel cómico- se emborrachó, o se rompió una pierna o lo que fuera; creo que lo primero. De manera que mi hermano Frank se hizo cargo del papel y consiguió un éxito en él. Pero el nombre anunciado era Ford, de modo que en adelante llevó ese nombre y nunca pudo deshacerse de él; tampoco pude yo; siempre me han llamado Ford.

Unos años después se me acercó un tipo y me dijo:

-Querría empleo; soy bastante buen actor.

-Tienes buen aspecto. ¿Cómo te llamas?, le pregunté.

-Frank Feeny –me contestó.

-¡Qué gracia!, así se llama de verdad mi hermano.

-Ya lo sé. El Francis Ford de verdad soy yo, el que se emborrachó... Quiero decir, el que se rompió la pierna la noche en que su hermano recibió el papel.

Me pareció algo tan gracioso, que le di un buen papel. Se cambió de nombre y pasó muchos años trabajando. Creo que ya ha muerto.







Monday, August 25, 2008

 

270 - Yo tampoco aguanto más

De un suceso real:


Un señor que llevaba casado casi cuarenta y cinco años, volvió una tarde a casa y encontró a su mujer haciendo las maletas:

-¿Qué haces?, exclamó.

-Me voy. ¡No aguanto más!, gritó ella. Se acabaron todos estos años de disgustos, riñas y discusiones. ¡Me largo de aquí!

Él se quedó mirándola mientras se dirigía a la puerta con dos pesadas maletas. Entonces el marido corrió a la habitación y buscó otra maleta en el maletero:

-¡Un momento, gritó. Yo tampoco aguanto más. Me voy contigo.






Saturday, August 23, 2008

 

269 - Son tutsis

Unas misioneras de la congregación de Jesús, María y José escribieron un libro-testimonio “Esperanza en el infierno de Rwanda” (Diario de una misión). En las pp. 170-171 una de ellas narra como unos hutus entran en la misión de la Crête, que llevaban estas religiosas, para matar tutsis:


No podía decirles que había heridos porque los hubiesen rematado, como el día anterior. Se incorporó, las abrió la puerta del lugar donde estaban los muertos y se los mostró:

-Mirad todos esos muertos, esos niños ... ¿Por qué los habéis matado? ¡Son niños! ¿Qué os han hecho?

Ellos respondieron:

-Son tutsis.

Así pues, ellos no mataban personas, mataban tutsis.

Para que el hombre mate de esa forma, lo primero es quitar a sus semejantes la condición de personas. Se les puede llamar infieles, judíos, negros, tutsis, hutus, ... o fetos. Lo primero es negar, o atenuar, su condición humana.






Thursday, August 21, 2008

 

268 - Sólo escuchaba lo que quería oír

José Francisco SÁNCHEZ en “Vagón-bar”, p. 165:


Estoy convencido de que las historias tienen mayor poder persuasivo que los argumentos lógicos. Ésta ocurrió hace cosa de diez años. Regresaba de Valladolid a Santiago de Compostela y en Medina del Campo me pilló una huelga de Renfe. Con casi diez horas de retraso, hacia las cuatro de la madrugada, llegó mi tren. Subí a él muerto de frío, enfadado y pensando que, encima, encontraría ocupado mi asiento.

Al llegar a mi departamento, vi que las luces estaban apagadas y las cortinas corridas. Me figuré la escena: dos tipos durmiendo a pierna suelta ocupando todos los asientos. Ya me veía teniendo que despertar a uno de ellos para poder sentarme y eso me resultaba violento. En un último arranque de osadía abrí la puerta. Una voz me sorprendió desde el fondo del habitáculo:

-¿Es usted seminarista?- dijo.

Me quedé helado. El dueño de la voz se levantó y encendió la luz. No había nadie más. Era un hombre de unos setenta años, cara cuadrada, pelo amarillento y gafas metálicas. Le contesté:

-No, no soy seminarista. No sé por qué me pregunta eso.

-Por el pelo –dijo él-. Lo lleva usted muy corto, como los seminaristas.

-Hombre, también podría estar haciendo la mili, ¿no? –contesté.

-Así que usted conoce a los seminaristas –me dijo con un cierto tono de triunfo en la voz. La verdad es que yo no conocía a ningún seminarista ni real ni posible y me limité a comentar:

-Bueno, veo que podremos dormir.

Él dijo, para mi espanto:

-Yo no duermo desde la guerra. Desde la guerra no duermo. ¿Usted se acuerda de la guerra?

Empecé a sospechar que el cerebro de mi acompañante tenía piedras en los engranajes. Y no me atreví a decirle que yo había nacido veinte años después de terminada la guerra. Contesté:

-No, yo no recuerdo la guerra.

Él sí la recordaba y empezó a demostrármelo en voz alta. Al cabo de un rato se detuvo y me dijo:

-¿Usted estudia en Santiago, no?

Le dije que no, pero no me hizo caso y continuó:

-Pues como usted estudia en Santiago, le vendría muy bien visitar a un amigo mío, catedrático de papirología y palimpsestos y cosas así del antiguo Egipto. Se llama Pomar y él le podrá ayudar mucho. Le podrá dar buenos consejos. Vaya a verle de mi parte.

Quise saber de parte de quién tenía que ir, pero el anciano viajero había caído ya en una nueva crisis de remembranzas desaforadas, ahora sobre sus buenos tiempos universitarios. Al cabo de otro rato, volvió a interrumpirse y me dijo:

-Por cierto, si estudia usted en Santiago, tiene que ir a ver a un amigo mío, que es un catedrático muy sabio, se llama Pomar, ¿lo conoce usted?

-No –dije, algo mosqueado. Y él:

-Pues es un tipo así, alto, con la cara algo roja, que lo sabe todo sobre palimpsestos y del Egipto antiguo. Vaya a verle que le puede ayudar mucho.

Dije que sí, que iría, y empecé a desear ardientemente que la luz del departamento y la voz de mi compañero viaje se apagaran simultáneamente. No tuve suerte, porque lo de la cara roja de Pomar, no sé por qué, le recordó a los maquis que rondaron su pueblo después de la Guerra Civil, y cayó de nuevo en la incontinencia verbal a la que ya me iba acostumbrando.

No tardó mucho en detenerse una vez más, volverse hacia mí –no me miraba mientras hablaba- y, después de sujetarme por un brazo, añadió por enésima vez:

-Si usted estudia en Santiago, tiene que ir a ver a un catedrático amigo mío, un sabio, experto en papiros y palimpsestos, el Egipto antiguo, ya sabe ...

Esta vez le interrumpí:

-¿Quién? ¿Pomar?

Entonces el hombre me miró sorprendido y feliz. Dijo:

-¡Ah! ¡Cómo! ¿Le conoce?

Me mordí una mano y salí al pasillo para poder reírme en libertad.

Me gusta recordar esta historia y me gusta contarla a estudiantes de comunicación. Porque la principal diferencia, a mi entender, entre los dos protagonistas no era la edad ni la salud de sus respectivas neuronas.

La principal diferencia entre aquellos dos hombres radica en que uno de ellos ha podido contarles hoy esta historia y el otro nunca podrá hacerlo. Para él, esta historia jamás sucedió porque no se dio cuenta. Y no se dio cuenta porque –por las razones que fueran- no sabía escuchar. Escuchaba poco y sólo lo que quería oír.

Por eso, si alguien le preguntó qué tal había sido su viaje, probablemente dijo que muy largo por la huelga, y algo aburrido porque le tocó como compañero un seminarista, que estudiaba en Santiago, un tipo muy callado ...








Wednesday, August 20, 2008

 

267 - Me gusta que hayas cometido ese error


De una noticia publicada en “La Gaceta de los Negocios” el 4.X.2006:


Sheryl Sandberg, de 37 años, es una vicepresidenta de Google cuyas competencias incluyen, entre otras cosas, el sistema de publicidad automática.

Hace poco cometió un error que costó a Google varios millones de dólares. “Una mala decisión, tomada demasiado deprisa, sin controlar de cerca las cosas”, es todo lo que dice de aquello.

Cuando se dio cuenta de la magnitud de su error, fue a informar a Larry Page, uno de los dos fundadores de Google.

-Lo siento muchísimo, le dijo Sandberg a Page, que aceptó sus disculpas.

Cuando ella se dio media vuelta para marcharse, Page le dijo algo que la sorprendió:

-Me encanta que hayas cometido ese error, porque quiero dirigir una empresa donde nos movemos demasiado deprisa, y hacemos demasiadas cosas; en lugar de una que se mueva con demasiada cautela y haga demasiado poco. SI no cometiéramos esos errores, sería porque no asumimos suficientes riesgos.








Tuesday, August 19, 2008

 

266 - ¿Cómo sabe usted quién soy yo?

En el libro de Richard Bassett, “El enigma del almirante Canaris (Historia del jefe de los espías de Hitler)”, p. 18:




Lewis Namier indicó que buena parte de los secretos en apariencia más hondos se encuentran visibles en la letra impresa y son fácilmente detectables para quien sepa qué debe buscar. (...).

Para ejemplificar esta realidad, Namier hizo mención de una anécdota que aconteció a sir Arthur Conan Doyle.

En cierta ocasión en el genial escritor de relatos detectivescos regresaba de la Riviera, montó en un taxi para cruzar París desde la estación de Lyon hasta la estación del Norte.

El conductor le agradeció la generosa propina con un sorprendente: “

-Muchas gracias, sir Conan Doyle.

-¿Cómo sabe usted quién soy?, exclamó éste, asombrado, a lo que el taxista replicó:

-He leído en la prensa que venía usted de Cannes pasando por Marsella, y por un lado observo que su corte de pelo se ajusta a la moda de Cannes y por el otro detecto en sus botas el barro marsellés.

-¿Y qué más ha visto en mí que le permita reconocerme?, dijo Conan Doyle, confundido.

-Bien, en su equipaje está escrito su nombre, en letras bien grandes.






Monday, August 18, 2008

 

265 - Seguro que él no desciende del mono

Era muy grande el aprecio que sentían sus soldados por el general Lee, comandante en jefe de los ejércitos de la Confederación en la guerra de secesión americana (1861-1865). Así lo cuenta Michael Shaara en su novela “Ángeles asesinos”, sobre la decisiva batalla de Gettysburg, pp. 130-131:



Fremantle agitó la cabeza asombrado.

-Oh, por cierto, circula por ahí una historia, ¿sabe? Dicen que el general Lee estaba durmiendo, y el ejército desfilaba no muy lejos, y quince mil hombres caminaron de puntillas para no despertarlo. ¿Es eso cierto?

-Podría serlo. –Longstreet soltó una risita-. Yo también he oído una. Hace tiempo, sentados alrededor de una fogata, hablábamos de Darwin. La evolución. ¿Ha leído algo al respecto?

-¿Ah?

-Charles Darwin. La teoría de la evolución.

-No puedo decir que la conozca. Circulan por ahí tantas cosas de éstas.

-Es una teoría que afirma que el hombre desciende del mono.

-Ah, ésa. Oh, sí. Bueno, he oído hablar ... a mi pesar ... de algo así.

-Bueno, pues estábamos hablando de eso.

Al final convinimos que Darwin seguramente tenía razón. Entonces alguien dijo, con gran dignidad:

-Bueno, a lo mejor ustedes vienen del mono, y a lo mejor yo también vengo del mono, pero el general Lee, él no desciende de ningún mono.









Sunday, August 17, 2008

 

264 - Con admiración y calma

De un artículo de una revista deportiva sobre el jugador de fútbol Telmo Zarraonaindía:


En Munguía, el sitio donde vivió, fue como es lógico, el lugar donde más se vivían las hazañas de Telmo Zarraonaindía y, a la par, donde más se mantuvo la calma.

Así su padre ni siquiera escuchó por la radio el partido España-Inglaterra del Mundial de Brasil (junio de 1950), y cuando los amigos irrumpieron en la estación de tren para anunciarle el triunfo y gol de su hijo, don Telmo sólo sonrió y dijo:

-¡Ah!, ¿con que Telmo?, y siguió vendiendo billetes.

Poco tiempo después, sufrió una lesión, y pasó unos días en Munguía. Un amigo de la infancia, que se ganaba la vida como chófer, le preguntó por la causa de la escayola.

-Pues jugando a la pelota..., le dijo Telmo.

El otro le cortó:

-¡Pero Telmo! ¡A tu edad jugando a la pelota! ¡Tienes ya que sentar la cabeza, hombre ...!






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