Sunday, December 31, 2006
32 - La soledad y la compañía de un despertador
La soledad en que vivía era atroz, y no llegué a darme cuenta del todo hasta que en una ocasión le pedí un despertador.
-Mañana por la mañana tengo que ir a la ciudad, y por eso te lo pido -le comenté.
-Pero, ¿cómo? ¿No tienes despertador? -Me miró atónito, como si no diera crédito a lo que estaba oyendo.
Le respondí que no. Que de verdad no tenía despertador.
Entró en su casa pensativo, para volver enseguida con un aparato grande y de color plateado. Poniéndomelo en la mano, me dijo emocionado:
-¡Amigo, cómprate un despertador! ¿No ves que hace mucha compañía?
Sentí un escalofrío. Acababa de escuchar, y de labios de quien menos lo hubiera esperado, una definición exacta de la soledad. ¿Qué era la soledad? Pues una situación en la que hasta el tic tac de un reloj se convierte en compañía.
Me vinieron a la memoria las tabernas. ¡Cuántas vidas han salvado!, dije para mis adentros.
Saturday, December 30, 2006
31 - Judit Mascó y el concepto de belleza
“La belleza es algo muy relativo. Cuando descubrí esto, me quité un peso de encima y me liberé de esa carga que hacía que siempre me sintiera insegura, pues aunque parezca una contradicción, nunca me sentí perfecta. Entiendo la belleza como un don que me ha sido dado genéticamente por mis padres y que yo he sabido aprovechar para hacer mi trabajo. Pero es curioso, que es ahora, con unos años más, habiendo parido dos hijas, el momento en que mejor me siento.
Alguna anécdota grabada en tu memoria.
Como anécdota, recuerdo en la India, en un poblado rural, que comentaban de mí, que no les parecía bella, pues era demasiado delgada y huesuda. Allí gustan las mujeres con formas más redondas y fuertes para trabajar en el campo y criar hijos. En Mozambique, unos niños se reían de mí, comentando que mi color rosa de piel, parecía el color de los cerdos. Así que ya veis lo relativo que es todo. Soy bella o guapa en algunos sitios del planeta y en otros no.
Friday, December 29, 2006
30 - El causante del desorden
Cada persona tiene su propio orden y no existe una manera única de ordenar las cosas. Carlos Fisas en "Mis anécdotas preferidas", p. 319:
La esposa del célebre novelista Walter Scott se lamentaba cierta vez de que sus hijos le hubieran revuelto su costurero, dejando todo su contenido en el mayor desorden.
Thursday, December 28, 2006
29 - Un hombre que podía darse a los demás
“Desde que vivo en Occidente veo con toda claridad que aquí la crisis de fe se debe en buena parte al hecho de que no hay, o son muy pocos, clérigos que sean auténticos pastores de almas, capaces de curar realmente y de dar buenos consejos; pastores con auténtica autoridad espiritual, que pueden pronunciar con prestigio genuino el sí o el no.
¡Qué diferencia tan asombrosa con lo que ocurre en la Rusia actual! Ahí la dignidad sacerdotal goza de una consideración inimaginable.
Un hombre que podía darse por completo a los demás.
Aquella tarde, en la conversación con él (el padre Leonid), comprendí por vez primera lo que es realmente un sacerdote. Tenía ante mis ojos a un hombre capaz de entregarse al servicio de los demás, no a regañadientes sino con toda su personalidad y su alma entera. Encontré allí a un hombre que no se interesaba por mis roles que yo desempeñaba en mi vida, ni por mis concepciones de la misma, sino que se interesaba exclusivamente por mí, por mi yo concreto que yo misma había mantenido siempre oculto por estar convencida de que no le interesaban a nadie.
Cierto que en nuestros círculos intelectuales estábamos acostumbrados a emitir juicios críticos sobre libros y acontecimientos y a menudo sobre personas. Pero el Padre Leonid no condenaba a nadie, y ni siquiera hablaba con indiferencia de ninguna persona. De todos hablaba siempre como de sus propios hijos, aunque sin el sentimentalismo y ceguera que son tan típicos de los padres carnales.
Es verdad que no era lo que se dice un intelectual, pero corregía a los poetas de entre nosotros con gran tino por las palabras inútiles, la coquetería o la falta de sinceridad en sus poesías. Pronto comprendí que sabía discernir los espíritus. Un inciso en apariencia insignificante o una salida de tono le bastaban para sacar conclusiones irrebatibles sobre la enfermedad latente. Puso mucha paciencia al servicio de nuestra curación, en la que trabajó con gran delicadeza, casi sin que nosotros lo advirtiéramos”.
Wednesday, December 27, 2006
28 - La fama de la mujer de César
En Roma, César parecía atraer el escándalo, aunque no todos eran de cosecha propia. Uno de sus deberes como Pontifex Maximus era el de utilizar su casa para la celebración de la festividad de la Bona Dea, una ceremonia en la que sólo estaba permitida la presencia de mujeres.
Sin embargo, y con ocasión de esta fiesta, se descubrió a un senador de mala reputación, llamado Clodio, disfrazado de mujer para conseguir el acceso al ritual secreto y se suponía que había mantenido relaciones con la mujer de César. Éste afirmó públicamente estar seguro de que tal historia no era cierta, pero, de cualquier forma, se divorció de su esposa, declarando que “la mujer de César debe hallarse por encima de toda sospecha”.
Tuesday, December 26, 2006
27 - Los viejos maestros del cine
Peter Bogdanovich en su libro sobre John Ford, p. 28:
Cuando le preguntaron a Orson Welles qué directores estadounidenses le atraían más, contestó:
-Los viejos maestros. Quiero decir John Ford, John Ford y John Ford.
Cuando Ford trabaja bien se siente que la película se ha movido y ha respirado en un mundo real.
Monday, December 25, 2006
26 - Se acabaron los entretenimientos de la Encarnación
"No pasaron muchos días -dice Gracián- que de las mesmas religiosas, y aun de las más contrarias, venían a ella diciendo: Madre, bueno será que tenga S. R. las llaves de los tornos y locutorios y que ponga tales y tales oficiales, que era lo mesmo que ella deseava. Respondía: Pues a vs. ms. les parece, sea norabuena.
Con esto fue ganando las puertas desta fortaleza, donde estava el demonio tan encastillado entonces, por haver muchas monjas muy mozas y muy damas ... Y como ivan a ella a pedir licencia y llaves para ir a la rexa a hablar a don Fulano y don Citano y dar recaudo a la monja a quien buscavan, despedía las visitas sin que las monjas supiesen que las llamavan.
Acaeció en ese tiempo -añade Gracián- que un cavallero principal tenía allí una conversación muy escandalosa con que andava muy ciego y apasionado. Y como tantas veces le respondían de parte de la M. Teresa de Jesús que estava impedida a quien él buscava, hizo llamar a la Madre a la rexa y descomidiósele con muchas palabras, las cuales ella oyó con mucha humildad y paciencia.
Y acabándolas de oír, con un brío, señorío y gravedad, como si él fuera un pícaro y ella una reina, le dio una tal mano, amenazándole que si asomava los umbrales de la Encarnación havía de hacer con el rey que le cortasen la cabeza, y diciéndoles palabras tan graves y pesadas, que no vio la hora de irse de allí, temblando como un azogado.
Y comenzó a echar voz entre todos los que solían ir al monasterio, diciendo que buscasen ya otros entretenimientos, que los de la Encarnación ya eran acabados por estar allí Teresa de Jesús.
Con esto y con que entendieron que ella havía escrito al rey sobre este caso y otros, y no sé qué muestras que dio dello el corregidor, se apartaron todos de todo punto de aquellas conversaciones …, sin saber las monjas cómo, más que ni sus devotos las visitaban ni las enviaban recaudos”.
Sunday, December 24, 2006
25 - Su ignorancia le afectaba a lo fundamental
Hace algún tiempo me contaron –y me lo contaron como si hubiera sucedido realmente- que en un pueblo una mujer, que caminaba por la calle principal, se encontró con que se le venía encima un chico joven montado en una bicicleta, y cómo el chico atropelló a la mujer, y vinieron los dos a caer en un montón de piedras que había allí cerca.
Y la mujer le dijo al chico:
-¡Pero hombre...! ¿Es que no sabes tocar el timbre?
Y el chico le dijo:
-¡Tocar el timbre, sí sé; lo que no sé es andar en bicicleta...!
No calculaba la mujer que la ignorancia de aquel muchacho afectaba a lo principal. ¡Ni se le ocurrió!
Estos días recordaba este suceso pensando en la facilidad que tenemos los hombres para olvidar lo más importante.
Creo que la pequeña anécdota podría servir a cada uno para que hiciera un poco de examen sobre su vida. No vaya a ser que uno esté atento a lo accesorio y no esté preocupado de su ignorancia decisiva, de la más importante.
Saturday, December 23, 2006
24 - ¿Por qué abrazó usted la Iglesia de Roma?
Cuando la gente me pregunta:
-¿Por qué abrazó usted la Iglesia de Roma?,
la respuesta fundamental, aunque en cierto modo elíptica, es:
-Para librarme de mis pecados,
pues no hay otra organización religiosa que realmente admita librar a la gente de sus pecados; está confirmado por una lógica que a muchos sorprende, según la cual la Iglesia deduce que el pecado confesado y del que uno se arrepiente queda realmente abolido, y el pecador vuelve a empezar de nuevo como ni nunca hubiera pecado.
Friday, December 22, 2006
23 - La mandó a contemplar a su celda
Efrén de la Madre de Dios en su libro “Tiempo y vida de santa Teresa”, p. 359, recoge el testimonio de un testigo en el recién fundado convento de Medina del Campo, y que muestra como las cosas de Dios son alegres.
En particular de Alberta Bautista afirma que “era muy ordinario elevarse y la vio elevada”, y que la Madre (Santa Teresa) decía que “así entendía ella de la oración y la exercitara como otras de labores”.
Pero tenía ciertos achaques que la Santa no podía tolerar.
Cierto día que se disponían a cantar unas coplas, suspiró Alberta:
-¡Ahora cantar, mejor sería contemplar!
Y la Madre, con enojo, la mandó a contemplar a su celda.
Sunday, December 17, 2006
22 - Los comienzos del poeta
Un día de primavera, allá por el año 1921, iban dos jóvenes poetas, cada uno con un libro bajo el brazo, en busca del consejo de don Manuel Machado, tratando de publicar sus versos. Eran Juan Chavás y Dámaso Alonso, dos buenos estudiantes de Filosofía, a los que don Manuel recomendó acudir a la Editorial Galatea, sin saber, claro está, que la empresa quebraría al poco tiempo, apenas cuatro semanas después de enviar los poetas sus originales. Por los pelos: pero los publicaron, y los “Poemas puros, poemillas de la ciudad”, que así se llamaba el libro de Dámaso Alonso, fueron los últimos de Galatea.
Los treinta o cuarenta ejemplares que se vendieron se los llevó un joven militar, homónimo absoluto, por nombre y apellido del poeta, que los distribuyó, como suyos, entre amigas y admiradoras.
Pronto tuvo conocimiento de ello el genuino Dámaso y pronto se conocieron los dos, estableciéndose entre ellos una corriente de simpatía, y más tarde de amistad que, sobre todo a través del hilo telefónico, duraría muchísimos años.
No todo fueron éxitos para el inocente impostor. La peripecia le costó una novia, que se retiró, muy digna ella, cuando vino a leer en los periódicos que el poeta Dámaso Alonso contraía matrimonio y se iba a Inglaterra de viaje de novios. “Y muchas, muchísimas cosas más me contó por teléfono. Era muy simpático. Hace ya unos cuantos años que se ha muerto”.
Sin inmutarse, sin apenas sonreírse, arrebujado en un batón de paño oscuro que cubre casi por completo su impecable terno gris, va buscándose el poeta el tiempo ido, con esfuerzo, por los hondones de su memoria, últimamente un poco traicionera.
Tuesday, December 12, 2006
21 - Eso es que piensa usted pagarme
La clientela era modesta, de clase media, tirando a baja.
-¿Y por qué –le pregunto un poco extrañado- si estabas tan bien relacionado tenías una clientela modesta?
Contesta sin una vacilación:
-Porque en España la aristocracia pagaba mal. Casi te vendía el favor y exigía un servilismo que yo no estaba dispuesto a prestar. Pretendían que se les recibiera en el acto, y no concebían que tuvieran que esperar su turno; o te decían: quiero que veas a un hermano mío que tiene tal problema, pero en lugar de ir a tu consulta, vienes a comer a casa y así durante la comida le puedes observar. “No mira, les contestaba yo, yo, durante la comida, como”. Además luego te pagaban muy mal. Al cabo de un año te decían que le pasaras la cuenta al administrador, el administrador tardaba otro año en pagarte, y encima, te regateaba. Tampoco les importa llamarte a las once de la noche para cualquier trivialidad. Una lata.
En cambio, el paciente modesto te daba las gracias y era muy mirado en lo del pago. Una frase muy frecuente en ellos, antes de empezar las sesiones era: “Doctor, no se ofenda, pero quiero saber lo que me va a cobrar”. Yo les solía contestar: “No sólo no me ofende, sino que me da una alegría, porque eso significa que piensa usted pagarme”. Los que son peligrosísimos son los que no preguntan, aunque vengan muy bien vestidos”.
Monday, December 11, 2006
20 - He sobrevivido
Hay que replegarse a la oscuridad, hay que procurar que le olviden a uno; hay que mantenerse en silencio mientras gritan los demás, para pasar inadvertido.
Según la receta célebre de Siéyès, que asistió a la Convención durante los años del terror sin despegar los labios y que habiendo sido preguntado qué hizo todo ese tiempo, dio sonriente, la contestación genial:
-J’ai vécu (he vivido).
Friday, December 08, 2006
19 - ¡Bárbaros!, ¿qué hacéis?
José de Orueta en “Memorias de un bilbaino, (1870-1900), págs. 79-80 explica lo que les pasó a un cuarteto de cuerda que tocaba en iglesias, acompañando algún sermón.
“De este cuarteto anterior quedaban famosas tradiciones, como la de haberse un día perdido los cuatro tocando el terremoto de Haydn, en “Las siete palabras”-, y darse como punto de reunión un calderón, que prolongado por el primero que llegaba y sostenido por el segundo al alcanzarle, daba lugar a esperar a los otros dos; pero ya unidos volvieron a perderse, y entonces Juan Amann cogió su chistera, y apagando con ella las cuatro velas, terminó el terremoto en verdaderas tinieblas y derrumbamiento.
Otro día en que las cosas tampoco iban muy bien, y entre desafinados y perdidos estaban dejando a Haydn mal parado, parece que durante una de las tocatas, mientras la meditación, dijo el predicador desde el púlpito e increpando a los judíos:
-¡Bárbaros!, ¿qué hacéis?,
y con tal decisión y energía, que emocionado el primer violín, dijo a los demás:
-Eso va con nosotros; vámonos pronto,
y acabando de mala manera se marcharon”.
Wednesday, December 06, 2006
18 - Las limitaciones del relativismo
Tom Morris en su libro “Si Aristóteles dirigiera General Motors”, pp. 115-116 cuenta una pregunta de un alumno a un profesor, en la que se pone de manifiesto las limitaciones del relativismo.
El relativismo ha sido una tendencia filosófica muy atractiva y dominante en el mundo intelectual durante buena parte del siglo XX. Parece ofrecer una respuesta clara al nihilismo sin embrollarnos en cuestiones cósmicas de intimidantes dimensiones. Podemos procurar que nuestra vida no esté vacía si, sencillamente, le damos una dirección; como filosofía total del pensamiento, sin embargo, el relativismo afronta dos serios problemas.
En un seminario sobre las películas de Woody Allen, asistí a un comentario de un profesor de psicología de una importante universidad sobre el sentido de la vida que esas películas planteaban, y me llamó especialmente la atención uno de los dos problemas del relativismo. Ese profesor expuso durante un rato la filosofía relativista, y luego dio unos consejos al joven público.
Dijo:
-Si queréis un sentido para nuestra vida, encontrad algo que hagáis bien, hacedlo al máximo de vuestras posibilidades, y ya tendréis ese sentido. En última instancia, del sentido de la vida no se puede decir nada más.
Un estudiante sentado en las últimas filas alzó la mano y preguntó:
-Pero, ¿y si lo que sé hacer mejor es torturar a la gente y disfruto con ello? Y si lo hago lo mejor que puedo, ¿dirá usted que he encontrado el sentido de mi vida?
Nuestro apóstol del relativismo se quedó pensativo unos instantes y admitió:
-Bueno, sí, hay algunos límites.
Tuesday, December 05, 2006
17 - Un buen humor contagioso
Artículo de Juan Antonio Vallejo-Nágera, en “Blanco y Negro”, en agosto de 1988.
Al conocer historias de los kamikazes nos hemos preguntado más de una vez qué sentirían aquellos muchachos al iniciar su vuelo final. Todo kamikaze muere al culminar su heroico suicidio contra el blanco enemigo, así que desconocemos sus reacciones.
En la conversación confirmó el carácter cordial, abierto, distante de la típica reserva nipona. Era un interlocutor ágil, chispeante, con acusado sentido del humor y una risa contagiosa. Congeniamos rápidamente y al cabo de un rato de charla divertida le pedí disculpas por hacerle una pregunta personal, y expresé mi curiosidad por su excepcional capacidad de irradiación afectiva en el plano del buen humor.
-Es muy sencillo de comprender –explicó-. Si usted tiene una larga espera en la antesala del dentista se aburre y quizá se enfada, pero si en vez de fusilarle le canjean la pena de muerte por ese rato incómodo, o por una cola interminable ante la ventanilla de un Ministerio, imagino que se pondría contentísimo. Eso es lo que me pasa a mí. Yo tenía que estar muerto hace treinta años y en el último instante me canjearon la pena de muerte por la suerte de vivir los ratos buenos y malos que depara el destino. Por tanto, aun los sinsabores me parecen un regalo.
Me digo a mí mismo: -“Es mucho mejor que estar muerto”-. Y al instante me noto del buen talante que usted ha percibido.
Me pareció demasiado fuerte para el primer día preguntarle por la sentencia funesta: por suerte, la expuso por iniciativa propia.
-Igual que mis restantes compañeros de clase con buen expediente en la Universidad, recibí una carta en la que me felicitaban por ofrecerme el alto honor de sacrificar mi vida por el Emperador como piloto kamikaze. En teoría, era un honor voluntario, pero aceptamos todos, aunque en el reconocimiento médico eliminaron a dos por no tener buena salud. ¡Fíjese qué disparate! ¿Qué importaría la buena salud si teníamos que morir en un par de meses? Los burócratas son así. Tras unas semanas de entrenamiento intensivo, me destinaron a un portaviones.
-La mayoría de mis amigos –siguió el embajador como ensimismado- venían en el mismo barco. Era al final de la guerra y todo se hacía a la desesperada y apresuradamente. Antes tenían la delicadeza de repartir a los miembros de grupos de la misma procedencia en diferentes destinos: así no sufrían la amargura de ver partir cotidianamente hacia su último vuelo a los íntimos amigos. En nuestro barco salían a diario cuatro, no comprendo las razones de esta dosificación, nadie nos las explicó, pero era así. Quedábamos sólo dos cuadrillas y llegó el turno de la mía. Yo emprendí vuelo el tercero. Partieron hacia nuestro común destino los dos primeros. Puse en marcha el motor de mi avión y me desplacé por la cubierta hacia la posición de despegue, pero en lugar de ordenármelo hicieron una señal de parar. El mando del portaviones acababa de conocer la noticia de la rendición. La guerra había terminado. Mis dos amigos, que salieron unos segundos antes no regresaron, nuestros aviones no llevaban radio, en el portaviones los despojaban de todo lo superfluo, eran para un solo vuelo.
El diplomático jovial pareció salir de su trance evocador y me sonrió:
-Así que vivo de regalo. Me lo digo todos los días al levantarme y me ayuda a saborear la vida.
Además, para colmo, hubiese tenido que estrellarme con toda mi carga de explosivos en el intento de hundir un barco de estos señores tan simpáticos que nos acaban de dar una cena magnífica.
La risa del embajador desencadenó la mía. En una sobremesa con muchas personas y en la que hay libertad de movimientos, los que se aburren suelen acudir al señuelo de las risotadas, así que se nos unieron unos pelmas, por eso se aburrían, y nos cortaron la conversación. La recuerdo muchas veces.
Aunque no de un modo tan claro, todos vivimos de milagro: es rara la persona que en un descuido en el automóvil o en una enfermedad no ha sentido la mano helada de la muerte junto a sus sienes, “¡por los pelos!”. Conviene meditarlo al despertar por las mañanas, también tras cada disgusto o tragedia, sopesar si son preferibles los sinsabores de los que nos lamentamos o el estar muerto y, como el embajador, adoptar el empeño de teñir cada momento y cada vivencia, por ingrata que sea, de gratitud hacia el destino y de un buen humor contagioso.
Monday, December 04, 2006
16 - El hombre que iba al sacrificio
Uno de los malentendidos, quizá relativamente frecuentes respecto a la religión, es el de suponer que es triste o, por lo menos, que es un deber ingrato.
Recuerdo que me decía un amigo –hace ya muchos años-, que él había creído, hasta muy poco antes de terminar el bachillerato, que al Santo Sacrificio de la Misa se le llamaba así por el sacrificio que hacía falta para ir a Misa. Cuando alguien le preguntaba:
Él decía muy ufano con aire de hombre enérgico y duro:
-Al Santo Sacrificio.
Sunday, December 03, 2006
15 - No más servir a señor que se pudiera morir
"Mayo 1.539. Había muerto en Toledo la hasta hacía poco Emperatriz Isabel de Portugal, esposa de Carlos V. Admiración por la Reina. Quien haya visto en el Museo del Prado el retrato que Tiziano hizo de la emperatriz Isabel, no podrá menos de reconocer que pocas mujeres la superaron en belleza. Era, además, cortés y afable, amable con los cortesanos, por lo que no es de extrañar que todos la admirasen. Francisco de Borja no podía sustraerse a la admiración por la reina.
Su cuerpo es llevado a través de España hasta el sepulcro de Granada, en la Capilla de la Catedral. Francisco de Borja, marqués de Lombay, hijo del duque de Gandía y de Juana de Aragón, uno de los servidores más queridos de la difunta Emperatriz, alcanzó el honor de ser designado para identificar los restos.
Era de la familia Borja (Borgia), que había dado los Papas Calixto II y Alejandro VI, y los hijos de éste, César y Lucrecia. Fue cuarto duque de Gandía desde 1543, hijo de Juan de Borja, el tercer duque. Era gran jinete, mucha afición a la caza. Sirve en la corte de Carlos V y su esposa doña Isabel de Portugal. En 1529 se casaba con doña Leonor de Castro, tuvo cinco hijos, y en 1546 murió su mujer. Carlos I le hizo marqués de Lombay, que antes era baronía.
El 17 de Mayo de 1539 llegaron a Granada. Cuando se abrió el féretro en la capilla de los Reyes Católicos, un hedor espantoso hizo retroceder al noble cortejo. Francisco de Borja contempló espantado los estragos que la putrefacción habían hecho en el rostro tan bello de la emperatriz y que él, como tantos otros, había constantemente admirado. Pero los caballeros hubieron de jurar con la mano en el puño de la espada que aquello "era el real cadáver de doña Isabel de Portugal, Emperatriz de Alemania, esposa del magnífico, poderoso y católico Rey Don Carlos nuestro Señor".
El arzobispo se extrañó del silencio de don Francisco de Borja:
-¿No juráis?
El marqués miraba la carne corrompida, bajo las vestiduras reales, deslumbrantes de oro.
-Sólo puedo decir esto: he traído el cuerpo de nuestra Señora en rigurosa custodia desde Toledo a Granada. Pero jurar que es ella misma, cuya belleza tanto admiraba ..., no me atrevo.
Insistió el obispo:
-Pero, finalmente, ¿reconocéis a vuestra Reina y señora?
Francisco puso la mano derecha sobre la cruz de Santiago, que resaltaba roja sobre su capa blanca, y con la izquierda volvió a cubrir con el velo fúnebre al imperial cadáver.
-Sí, lo juro. Pero también no más servir a señor que se me pueda morir.
Virrey de Cataluña. A la muerte de su esposa, ocurrida poco después, el duque renuncia a sus títulos, honores y fortuna y entra en la Compañía de Jesús". Más tarde fue nombrado tercer Prepósito General. Muere en Roma el 30.IX.1572, a los sesenta y dos años de edad. Canonizado en 1671. Fiesta el 10 de Octubre.
Friday, December 01, 2006
14 - Gritar con la mayoría más numerosa
Albino Luciani (futuro Papa Juan Pablo I) escribía en su libro “Ilustrísimos señores”, p. 85-6, en su carta a los cuatro del club Pickwick, de la famosa obra de Charles Dickens.
Al apearte de la diligencia con tus amigos, te viste rodeado de un excitado grupo de “azules”, que en seguida te pidieron que simpatizaras con su candidato Slumkey. Transcribo de las “Actas del club”:
-¡Viva Slumkey! –rugieron los “azules”.
-¡Viva Slumkey! –repitió el señor Pickwick, quitándose el sombrero.
-¡Abajo Fizkin! –rugieron los “azules”.
-¡Abajo! –repitió el señor Pickwick.
-¡Viva! –y aquí se oyó un griterío semejante al de un campamento cuando se toca la campana para el rancho.
-¿Quién es Slumkey? –susurró Tupman.
-No sé –repitió Pickwick en el mismo tono-. Pero calla y no interrumpas. Hay momentos en que es mejor hacer lo que hace la multitud.
-Pero ¿y si hay dos multitudes? -sugirió el señor Snodgrass.
-Entonces, hay que gritar con la más numerosa –replicó Pickwick.
¡Ay, presidente! Has dicho más con esta frase que con todo un volumen. ¡Ay! Cuando se llega al extremo de gritar con quien grita más fuerte, todos los errores son posibles. Y no siempre fácilmente reparables. Tú lo sabes: basta un loco para tirar a un pozo una joya; quizá no basten veinte sabios para sacarla.
¡Tú lo sabes, y quiera Dios que todos lo sepan y nadie haga el “loco”!